Mírame. Seguramente no me recuerdas, seguramente no pasé de ser un número para ti, pero estuve ahí, en tu lista de alumnos. Soy ese, o esa, a quien un día avergonzaste porque al pasarle el Turnitin a su trabajo detectaste que había hecho un corta y pega. Soy ese, o esa, que otro día acudió a tu despacho para revisar un examen calificado con un 4,5 y se topó con tu actitud inflexible y salió de allí con el suspenso confirmado y la propina indeseada de algún comentario hiriente acerca de sus aptitudes, sus conocimientos o su habilidad argumentativa.
Soy ese, o esa, que tuvo que ir todos los días a clase, y que mejor o peor hizo todos los trabajos y prácticas, individuales y en grupo, para poder contar en la nota final con la parte que el plan Bolonia reserva a esos conceptos. Soy también ese o esa que para conseguirlo tuvo que compatibilizarlo con su trabajo, con sus obligaciones familiares, o tuvo que pedirles a sus padres que hicieran el esfuerzo económico de procurarle alojamiento y manutención en una ciudad que no era la suya. Que tuvo que pasarse horas en el tren, en el metro, en el autobús, para ir y venir a las clases, o malcomer por culpa de un horario que no siempre tenía en cuenta la suma de las asignaturas en las que se había matriculado, a fin de poder cumplir el plan del grado o para recuperar alguna no superada en un curso anterior.
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Soberbio. Yo soy esa, la que soñaba con derecho natural de primero .