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2005
- El resumen del editor
Joseph Conrad tituló una de sus novelas La línea de sombra, haciendo referencia en el título a ese umbral que se cruza al entrar en la madurez y tomar conciencia definitivamente que se deja atrás la adolescencia. Las líneas de sombra de Lorenzo Silva se refieren a otro umbral inquietante, el que traspasa el criminal al situarse al margen de la ley y el que se ve obligado a pisar constantemente el policía al que la sociedad ha encomendado la tarea de luchar contra el crimen.
Lorenzo Silva escribe en este libro la novela de la vida real, traza una original radiografía del crimen en España. Convertido en reportero, indaga en algunos de los casos más relevantes de la crónica negra española de las últimas décadas, habla con policías y con delincuentes, y nos presenta una personal y sugestiva aproximación a la vida rota de El Vaquilla, a la enrevesada investigación del caso Wanninkhof, al turbulento secuestro de la farmacéutica de Olot, al asesinato de una emigrante nigeriana que ejercía la prostitución, al oscuro mundo del mercado negro del arte, al terrorismo islámico y etarra, al drama de la emigración ilegal… Con una prosa certera y un ritmo trepidante, el autor nos introduce en los vericuetos del submundo criminal.
Completa el libro una segunda parte en la que Lorenzo Silva reflexiona sobre la tarea del escritor de novelas policíacas, define su papel en la sociedad como cronista y denunciador de las cloacas que se pretenden mantener ocultas, rinde homenaje a maestros del género policiaco como Chandler, Simenon o Fritz Lang, y cuenta cómo creó a Bevilacqua y Chamorro, y cómo se documenta y trabaja en las novelas protagonizadas por estos dos inolvidables personajes.
- Un apunte del autor
El libro va precedido de una «orientación preliminar», que me permito utilizar como presentación aquí:
Este libro se nutre principalmente de reportajes periodísticos y artículos publicados en diversos medios a lo largo de los últimos cinco años, aunque también recoge algunos textos inéditos y varias versiones más extensas que las aparecidas en su día. Para no incurrir en la heterogeneidad a veces fastidiosa de las recopilaciones misceláneas, he procurado que la selección de los materiales obedeciera a un propósito común y diera lugar a un conjunto coherente. De todos los reportajes y artículos que guardo en mis archivos, aquí reúno sólo aquellos donde se aborda una realidad que, sin proponérmelo mucho, ha ido adquiriendo una importancia creciente en mi trayectoria como novelista: el mundo criminal y policial.
Llamar al conjunto Líneas de sombra es, como no se le escapará al lector mínimamente avisado, un homenaje a Joseph Conrad, y supone una reutilización de la metáfora conradiana que no se aleja demasiado de su sentido originario. Si en su novela titulada The Shadow-Line el escritor inglés de origen polaco se refiere a la frontera entre la infancia y la mayoría de edad, a la pérdida de inocencia que ocasiona la transformación del niño en adulto, aquí se trata en buena medida de otras pérdidas de inocencia: la que sufre el ciudadano que cruza la raya de la ley para delinquir, y también la que al combatir el crimen experimentan aquellos a quienes la sociedad encomienda esa tarea, los policías. Hablar de unos y otros conjuntamente supone un reconocimiento del interés que tienen los avatares de ambos, y un esfuerzo por superar el tic maniqueo que suele aflorar a la hora de referirse al enfrentamiento entre servidores e infractores de la ley. Policías y criminales son con frecuencia objeto de prejuicios que deforman la visión que de ellos tiene la sociedad. Los prejuicios, que anidan sin duda en los ciudadanos «normales», aquellos que ni delinquen ni combaten el delito, tampoco están ausentes de la mente de los protagonistas. Sin embargo, alguna vez he podido comprobar que era entre policías donde más y mejor se comprendía a los delincuentes (y viceversa).
El libro tiene dos partes bien diferenciadas. La primera, que titulo Sombras reales, consta de once reportajes sobre otros tantos asuntos relacionados con el mundo del crimen y con el trabajo de los cuerpos policiales en nuestro país. Desde la semblanza de uno de los delincuentes españoles más notorios de las últimas décadas, Juan José Moreno Cuenca, hasta el perfil de algunos de los anónimos guardias civiles que se enfrentan cada día a la avalancha de pateras en el Estrecho, pasando por la crónica de varios casos insignes de nuestra reciente historia criminal y de algunos otros menos conocidos pero no menos enjundiosos. La investigación de la mayoría de éstos, como observará el lector, correspondió a la Guardia Civil, lo que no significa que su papel en la lucha contra la delincuencia en España sea mayor que el del Cuerpo Nacional de Policía, el cuerpo hermano y rival, ni tampoco que resulte desdeñable el de las nuevas policías, como la Ertzaintza y los Mossos d’Esquadra. Sencillamente, la desproporción obedece al hecho de que es en la Benemérita, por razones fácilmente comprensibles para quien haya leído mis novelas, donde se ha centrado mi interés en los últimos años, y también donde cuento con mejores contactos. A todos ellos tengo que agradecerles la confianza que me dispensaron y que me permitió escribir estas historias. Pero también debo anotar, y anoto, que allí donde hube de recurrir al testimonio de miembros de la Policía, éstos me atendieron con semejante amabilidad, pese a mi manifiesta vinculación literaria con la competencia.
Otro agradecimiento que no puedo omitir va dirigido a los medios donde aparecieron estos reportajes. No sólo por haberlos publicado, sino por haberme permitido trabajar con rigor y libertad, incluso cuando mi manera de entender el trabajo me exigió tomarme mucho más tiempo del que les parecía deseable (como en el caso del reportaje sobre Juan José Moreno Cuenca, en el que me demoré varios meses, hasta que pude ir a verle en la cárcel, algo que inicialmente me impidieron las autoridades penitenciarias catalanas). En especial, este agradecimiento va dirigido a Miguel Ángel Mellado y Agustín Pery, director y redactor-jefe de Crónica y Magazine, los suplementos del diario El Mundo donde vio la luz la mayoría de los reportajes. Pero también a los editores de la revista colombiana Gatopardo, donde apareció la historia del asesinato de Abel Martín, y a Mara Malibrán, Fernando Rayón y Mar Cohnen, responsables de El Semanal, que publicó la historia de los guardias en el Estrecho y habría publicado la de los asesinatos de Sonia Carabantes y Rocío Wanninkhof, si el mismo día en que se cerraba la edición de la revista no hubiera detenido la Policía a Tony Alexander King, dejando desfasado de golpe el retrato robot del culpable que contenía el reportaje…
Gracias a estas crónicas, y a las condiciones en que me fue dado realizarlas, aprendí a valorar las dificultades del trabajo periodístico, y a apreciar como se merece el hermoso esfuerzo que supone investigar una historia y tratar de contarla a los demás de la manera más honrada y completa posible. Es éste, de los diversos oficios que (con mayor o menor dosis de intrusismo) he practicado al margen de la literatura, uno de los que he encontrado más enriquecedores y estimulantes.
La segunda parte del libro, titulada Sombras fingidas, reúne siete textos de corte más o menos ensayístico, todos ellos referidos a diversos aspectos del reflejo en la ficción de la realidad criminal y policial. En el lote se incluyen un par de reflexiones sobre Raymond Chandler, una breve evocación de Simenon y su comisario Maigret, una meditación sobre la vitalidad del género negro en el presente y una recapitulación sobre la (mala) suerte que ha corrido tradicionalmente la Guardia Civil en nuestro cine y nuestra literatura. Redondean el conjunto un texto sobre Perversidad de Fritz Lang (una película ejemplar en su tratamiento del mal, por cómo muestra la deriva hacia el crimen de un ciudadano corriente y aparentemente inofensivo) y un texto inédito que temo que sólo pueda interesar a quienes gusten de leer mis novelas policiacas. Lo compuse y lo incluyo a sugerencia del editor, Mauricio Bach, que fue a quien se le ocurrió que alguien podía abrigar alguna curiosidad sobre el proceso de creación de esas novelas y de construcción de sus protagonistas. Alego, en descargo de este posible error suyo, que en todo lo demás contribuyó con una inteligencia y un esmero irreprochables a hacer que este libro fuera mejor, por lo que le manifiesto aquí mi gratitud.
Y para concluir, un reconocimiento y un recuerdo singular: para todas las personas, inocentes o no, que alimentaron con sus vidas estas historias y que nunca podrán leerlas.
- La cal de la crítica...
«Lorenzo Silva vuelve a hacer gala de su fecundidad creativa con la publicación de Líneas de sombra, recopilación de reportajes sobre algunos de los más truculentos casos de la más reciente crónica negra española ya publicados en diversos medios de comunicación y de artículos de corte ensayístico en los que el escritor reflexiona sobre su propia producción literatura y sobre el género negro al que se adscribe gran parte de ella. Como bien reza su subtítulo, la obra es un compendio de historias de criminales y policías, de personajes, en definitiva, que siempre se mueven en ese fronterizo y umbrío territorio situado en los márgenes de la ley. Demostrando que la realidad casi siempre supera a la ficción, en la primera parte del libro esas historias están protagonizadas por personajes reales, actores principales de los más trágicos y escabrosos asuntos delictivos vividos en España en los últimos años. Los asesinatos de Rocío Wanninkhof y de Sonia Carabantes, el secuestro de María Àngels Feliu, la turbulenta peripecia carcelaria de El Vaquilla o el caso del psicópata del naipe son diseccionados por la crítica mirada y la siempre ágil pluma de Silva en un ejercicio literario cuya intensidad recuerda irremediablemente a las novela-reportaje de Truman Capote. Sin sensacionalismos y evitando caer en la acumulación de datos y declaraciones sin análisis previo, frecuente vicio del periodismo actual, el autor logra construir una rigurosa y amena crónica de la España negra en la que destaca la minuciosidad con que son reflejadas las rutinas de trabajo de las fuerzas de seguridad. Detrás del detalle con que se muestran esos hábitos laborales se esconde una intensa labor documental e investigadora, la misma que sostiene la verosimilitud y el hálito de realidad de sus novelas Silva se aleja de los viejos prejuicios hacia los cuerpos policiales para retratar, quizá en ocasiones con un exceso de adulación, la realidad de los agentes destinados a luchar contra el crimen. Los funcionarios de la ley que pasean por las páginas de Línea de sombra son, al igual que los delincuentes a los que tienen que atrapar y las víctimas cuya memoria desean honrar, personajes cargados de verdad. La capacidad del escritor para obviar el morbo y la demagogia populista que muchas veces se adhiere al tratamiento informativo de los temas policiales mostrando la incómoda realidad de todos los actores del mundo criminal hace necesaria la lectura de estos reportajes en un momento como el actual en el que cualquier trivialidad es considerada periodismo de investigación. El protagonismo de los cuerpos de seguridad, especialmente de la Benemérita, está también presente en la segunda parte de la obra, en la que el escritor analiza algunas de las formas a través de las que la ficción refleja determinados aspectos del mundo criminal. Silva se detiene en algunas de las figuras clásicas del género, tanto en su vertiente literaria (Raymond Chandler o Georges Simenon) como cinematográfica (Fritz Lang), así como en determinados aspectos de su evolución a lo largo del siglo XX. Especialmente interesante para sus lectores habituales resultarán los textos en los que Silva reflexiona sobre su obra policíaca, descubre el origen de su habitual pareja de investigadores, los guardias civiles Bevilacqua y Chamorro, y muestra cómo se documenta para escribir sus historias. En la meditación sobre su propia narrativa el autor pone de manifiesto, al explicar por qué se decantó por una pareja de Guardias Civiles como protagonistas, una de las tendencias de la narrativa negra europea actual, que ha ido dejando de lado la figura del detective privado para centrarse en la del investigador de los cuerpos de seguridad del Estado, como demuestran también los casos de Kurt Wallander, Petra Delicado, Salvo Montalbano o Costas Jaritos.»
Javier Sánchez Zapatero, Europolar.
- ...y la arena
Por ahora, no tengo malas críticas.
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