Hay una famosa tira de Mafalda en la que esta les pregunta a sus padres si la educación que les están dando a su hermano y a ella la tienen planificada o la van improvisando «así nomás». Los dos padres responden a la vez y les sale una cacofonía que viene a sonar como: «No planificada no improvisando nomás». Al oírse, los dos adultos se enzarzan en una discusión sobre qué es lo que ha dicho cada uno y lo que habría querido o debido decir, que Mafalda, desmoralizada, ya no se queda a presenciar.
Algo parecido nos viene sucediendo en España, desde hace décadas, con el asunto de la electricidad y la energía en general. Aunque hay un instrumento formal, el Plan Energético Nacional (PEN), una y otra vez se dejan de abordar como se debería las cuestiones fundamentales, para andar luego poniendo parches urgentes aquí y allá cuando algo se descompone. El más reciente ejemplo es la reversión del impuesto a la generación, instaurado como ocurrencia coyuntural por el gobierno del PP y retirado ahora por el del PSOE para bajar la ebullición de precios en el mercado mayorista. Una disfunción debida, además del pésimo diseño y la opacidad de ese mercado, a la falta de viento propia del verano y a la presión alcista en los mercados de derechos de emisión y de combustibles fósiles, necesarios para las centrales que han de arrancar para cubrir la alta demanda estival.
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