Se acabó. De un modo o de otro, quieran o no aquellos a quienes directamente interpelan los últimos acontecimientos, la cuerda ya no da más de sí y antes o después van a empezar a pasar cosas. Y a estas alturas del asunto, y a la vista del grado de deterioro, empieza a costar creer que demorarlo vaya a ser bueno para nadie, empezando por quienes hasta hoy mismo han jugado a aplazar sus problemas. El texto de la sentencia del ‘caso Gürtel’ pone letra amarga a esta canción de despedida que ha empezado a sonar. Y el rostro de Eduardo Zaplana, demudado en el asiento trasero de un vehículo policial junto a un chaleco de la Guardia Civil, es la imagen que la hace inexorable.
De poco sirve alegar que Luis Bárcenas y el resto de los condenados de la ‘Gürtel’ son exmilitantes del partido, o que a Zaplana se le acaba de expulsar. Uno cuidó durante muchos lustros de la financiación del tinglado; el otro presidió la joya de la corona del PP, la Comunidad Valenciana, y fue ministro y también portavoz del Gobierno, antes de deslizarse por la puerta giratoria que lo ha retribuido como un millonario -como es muy dudoso que con su perfil profesional y sus conocimientos se le hubiera retribuido, de no haber sido por su militancia política- hasta anteayer. Lo que se viene abajo es toda una época y todo un estilo de (des)hacer política; una época y un estilo a los que sólo con mucha imaginación y voluntad puede aceptarse que el PP actual y quienes lo encabezan son del todo ajenos.
Seguir leyendo en diariosur.es