Lo apunta el filosófico comisario Croce, el personaje creado por el escritor argentino Ricardo Piglia: «Casos y casos he visto así, señor mío; el horror y la idiotez reinan en el mundo». No es fácil sustraerse a la contundencia de esta afirmación cuando se examina el itinerario estrambótico seguido en las últimas semanas por un humilde pero engorroso tributo, el Impuesto sobre Actos Jurídicos Documentados, que recae, entre otros hechos imponibles, sobre la constitución de hipotecas.
Tras veinte años de pacífica e inadvertida existencia como un coste marginal de la financiación de la vivienda —ese bien suntuario al que buena parte de los españoles unce de por vida su economía—, se ha visto catapultado al estrellato por obra y gracia de una serie de piruetas judiciales más dignas del Circo del Sol que de quienes se supone que deben aportar, como intérpretes de las leyes, fiabilidad, credibilidad y solidez a nuestro Estado de derecho.
Contrariamente a lo escuchado con cierta frecuencia a lo largo de estas últimas semanas, el asunto no tiene mayor complejidad técnica. Es un tributo que según la ley recae, con carácter general, sobre quien adquiere un bien o, en su defecto, se beneficia del acto jurídico que se documenta.
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Querido amigo, en el peor momento para dar esa imagen .
El peor de los peores.