Por otra parte, no me digan que el nombre no es todo
un hallazgo. Tanto que le da al vago de su padre para enhilar tres ideas
y hacer un artículo. Omnijote: o lo que es lo mismo, Don Quijote por
todas partes, en todas las pantallas, en todos los rincones. Y eso, ya
que estamos, ¿es bueno o es malo?
Nunca he sentido la menor simpatía hacia los festejos
institucionales. Si quieres asesinar el entusiasmo de alguien por algo,
enfréntale a un ministro o un subsecretario o un concejal que se ponga a
exaltarlo con su rutinaria prosopopeya. Y menos aún me gusta esta nueva
modalidad que podríamos denominar magnos eventos de movilización
general, donde al calor de desgravaciones fiscales, publicidades y
subvenciones diversas, se derrochan los euros sin orden ni concierto.
Cuántas bibliotecas de las que nos faltan, y que podrían pagarse con el
dispendio del centenario, quedarán sin hacer a cambio de una pila de
folletos y anuncios y stands que el 1 de enero de 2006 serán en
el mejor de los casos un souvenir cutre, como el Naranjito.
En economía se estudia la diferencia entre eficiencia
y eficacia: con un misil Tomahawk se puede matar eficazmente a un
gorrión, pero lo eficiente es retorcerle el pescuezo. Menos mal que todo
este follón ha servido para que mi hijo sepa con tres años de Omnijote.
Pero agradecido eso, sigo objetando: demasiado esfuerzo para que todos
sepamos este año de un libro, y demasiado poco para que siga habiendo
lectores el día de mañana.