VII. Valoración e hipótesis final. Sobre el posible
pensamiento jurídico de Kafka y su vigencia.
Resulta arduo enjuiciar la filosofía sobre el Derecho
de alguien que no intentó ostensiblemente filosofar sobre él. Los datos
aquí obtenidos son resultado de una interpretación orientada a un fin, y
si alguna crítica hay que hacer es a la interpretación, para lo que el
intérprete carece de perspectiva. Tampoco el sistema metafísico general
de Kafka se presta fácilmente a la crítica; como toda metafísica hecha
desde el individuo, mediante una mirada subjetiva y particular, conserva
una validez inatacable, insusceptible de cuestionarse salvo que se
cuestione al individuo mismo, y eso ya es otra historia. Podría
criticarse a Kafka desde el punto de vista de aquello que él quiso
hacer, es decir, desde el punto de vista literario, pero no es éste
lugar apropiado ni tampoco ésa es tarea fácil. Baste apuntar que la
técnica de Kafka aúna la simplicidad con el rigor, y que su estilo es
tan original y peculiar que toda evaluación tropieza con el obstáculo de
la falta de referencias. La obra de Kafka se nos aparece como un bloque
ante el que cabe adherirse o repudiarlo, más según la conciencia de cada
uno y la propia inclinación que sobre argumentos asépticos (si es que
tales argumentos existen).
No hay que perder de vista que, en efecto, se trata de
una obra literaria. Como tal, su valor vendrá dado por su mérito como
edificio artístico, y éste será tanto mayor cuanto más intenso sea su
asalto a la sensibilidad del lector. Aquí tratamos de obtener resultados
filosófico-jurídicos, y con esta mira, habrá que advertir que no es
posible exigir al texto kafkiano la exactitud empírica que cabe reclamar
a la obra científica (Kafka no fue un escritor naturalista,
afortunadamente). El cuadro que Kafka traza puede parecer desde un punto
de vista científico desproporcionado o excesivo, no tanto por el tono de
su discurso (siempre contenido) como por las realidades reflejadas.
Sobre ello diremos que no conviene olvidar la finalidad eminentemente
estética de una obra literaria, para la que llevar las cosas a su
radicalidad es un recurso legítimo; de otra parte, en lo que de trasunto
de la realidad que le rodeaba tiene la obra de Kafka (un trasunto no
literal ni servil porque sus novelas no son realistas, en el más ramplón
sentido del término), su ámbito es más ambicioso que el estrictamente
jurídico. Pero, hechas estas salvedades, no puede ocultarse que el
conjunto de la obra de Kafka parece sugerir la dramática duda: ¿no será
todo, en verdad, así de minuciosamente terrible? Como incertidumbre que
mueve a la reflexión, también a lo jurídico podría aplicarse este
interrogante.
Ya hemos descrito anteriormente la verosímil
repercusión que tiene el Derecho y su experiencia de él en la literatura
de Kafka, y el alcance limitado que cabe dar a los símbolos relacionados
con lo jurídico que en ella hay. Entonces delimitamos el sentido que
pueden tener las conclusiones de este estudio: el de hipótesis, no del
todo improbable, no del todo segura tampoco. Conjugando esta regla de
actuación con las que impone el carácter literario de la obra aquí
tratada, parece admisible clasificar los resultados registrables y más
útiles del análisis en dos aspectos fundamentales, ya en el terreno
filosófico-jurídico: el axiológico y el crítico. Tales son, en nuestra
opinión, las dos riquezas mas considerables de la obra de Kafka a los
efectos aquí buscados. Sintéticamente, se expondrán a continuación los
ejes principales que en ambos campos deducimos de cuanto antecede.
A) Perspectiva axiológica.
Aquí se aprecia una ambivalencia clara, aunque
descompensada hacia uno de los valores en liza. No hay duda de que la
preocupación kafkiana se inclina hacia el valor seguridad
jurídica. Desde múltiples enfoques. Por un lado, la constante
alusión a la ley desconocida, secreta, es una queja no menos continua
hacia la inseguridad del sujeto, que no sabe qué conducta seguir para,
en unos casos, acceder a lo que cree que ha de dársele, y en otros,
librarse de acusaciones para cuyo surgimiento nada siente haber hecho.
El Derecho ha de ser cierto, así lo juzgan los personajes kafkianos, y
sus peripecias revelan las funestas consecuencias de un orden en el que
esa certeza se ve negada, enmascarada bajo el misterio que custodian
organizaciones que no rinden cuentas. Otra manifestación de esta
preeminente aspiración axiológica viene representada por la solución que
explícitamente se nos ofrece en Sobre la cuestión de las leyes y
sugiere el Dr. Huld en El proceso: la resignación, la adaptación
del sujeto al orden inicuo aferrándose a aquello que éste puede
presentar como su único contenido positivo: la certeza de la dominación.
Es la única certeza, es a todas luces un desafuero, pero como cosa
cierta es en sí un bien, una referencia a la que hay que asirse
desesperadamente. Esta concepción de la seguridad jurídica podría llevar
a interpretaciones totalitarias, pero además de impresentables serían
muy irrespetuosas con el ideario que Kafka proclamó siempre suscribir;
una vez más hay que acotar que más que de una proposición pretendida, se
trata de una rendición impuesta por la desproporción del combate. Kafka
es un autor esencialmente pesimista, para el que la salvación o la
liberación no son más que un espejismo y por tanto no pueden
perseguirse. No es una vocación, la de someterse, sino un mal menor
entre males inmensos. Y hay algo que puede darnos que pensar respecto a
la actitud final de Kafka, aun hecha esta posibilista y decepcionante
elección racional: Josef K. y K. mueren, empeñados en su guerra perdida.
Podrá criticarse al pensamiento kafkiano el que no ofrezca alternativas
(quizá ésta sea su máxima insuficiencia, aunque habría que tener
presente que le estamos haciendo jugar fuera de su terreno, que la
literatura no tiene el deber de resolver nada), pero no, por cierto, que
la sumisión a la injusticia quede como la apuesta única. Lo que ocurre
es que la apuesta de perseverar no lleva más que a la destrucción. Kafka
advierte sobre ello, no engaña, y al final se destruye, movido por un
impulso que él mismo ha caracterizado como insensato pero que no deja de
seguir. No parece ni mucho menos ajustado despreciar a K. como
conformista.
Esta preocupación por la seguridad tiene antecedentes,
aparte de en su experiencia personal (no es ocioso recordar su
padecimiento del arbitrario poder del padre, o que su actividad
profesional se desonvolvió en el área de los seguros de
accidentes de trabajo), en pensadores como Kierkegaard, en cuya
Escuela de cristianismo, se lee: "Dirigíos al orden establecido,
adheríos al orden establecido y tendréis medida. (...) El orden
establecido es el racional; feliz si te atienes a las condiciones de
relatividad que te son asignadas..." Sobre este fragmento, Guido Fassò
comenta: "El orden establecido proporciona, en definitiva (...) aquel
bien que se quiere conseguir con el Derecho y que los juristas llaman
certeza..." Más adelante el profesor italiano hace una afirmación que
bien vale para Kafka: "Del mismo modo que, frente a la identificación
entre lo absoluto y lo humano realizada por Hegel, Marx reaccionó
reduciendo la realidad únicamente a lo humano, así Kierkegaard lo hace
atribuyendo valor solo a lo Absoluto, a lo divino." También en Kafka el
individuo sucumbe ante el Absoluto, si bien esto está dicho con un
talante más hostil a este destino que el de Kierkegaard, lo que le
confiere las posibilidades críticas que mas adelante se enumerarán y de
las que el filósofo danés carece (véase en Temor y Temblor el
panegírico de Abraham: "...sabía que aquel sacrificio (el de Isaac) era
el más difícil que se le podía pedir, pero también sabía que no hay
sacrificio demasiado duro cuando es Dios quien lo exige, y levantó el
cuchillo.") Igualmente resulta de interés la observación que Fassò hace
sobre Dostoievski, algunas páginas después en su "Historia de la
Filosofía del Derecho", resumiendo así cierto pasaje célebre de Los
hermanos Karamázov: "...Cristo, a quien el Gran Inquisidor, es
decir, la Iglesia, y mucho antes la sociedad organizada, le reprochará
el haber dado a los hombres la libertad, don que los hombres no quieren,
ya que los hombres no quieren la libertad sino la seguridad, aun a costa
de ser esclavos, y su naturaleza de hombres reclama la autoridad." Como
se recordará, Kafka leyó mucho y con admiración a Dostoievski y a
Kierkegaard.
El otro valor que aparece en la obra de Kafka, con un
reflejo más disperso, dado por el lamento más o menos enérgico por su
ausencia en las organizaciones que retrata, es el valor justicia
(que podría comprender los valores dignidad y libertad).
Es una justicia ideal, anhelada con desesperanza, que se simboliza en
limitar la culpa a aquello de lo que se siente responsable el sujeto, en
el otorgamiento a éste de lo que cree merecer. La justicia sería así el
ajuste entre la conciencia ética individual y el orden objetivo externo
que en la obra kafkiana tan sistemáticamente ignora esa conciencia. A
veces con timidez, otras con rabia y dureza ("un solo verdugo podría
sustituir a todo el tribunal") Kafka reclama ese valor cuya realización
parece inusitadamente impensable. De nuevo, el pesimismo kafkiano es
exhaustivo.
B) Perspectiva crítica.
Tal vez sea aquí donde la reflexión kafkiana, puesta en
relación con el Derecho, se revele como un instrumento más eficaz
y de mayor vigencia. Ya su contenido axiológico entraña una
denuncia, de una contundencia tan apreciable como repugnantes son los
sistemas que nos pinta, que no deben recluirse a priori en la categoría
de hipérboles inverosímiles y por ende inocuas. Aceptable es que, como
obra literaria, desborde a veces manifiestamente la realidad, pero esto,
que es verdad en un plano externo, deja de serlo un tanto si atendemos a
la significación profunda de las cosas. Uno de los mayores logros
de Kafka es sacar a la luz lo horrible de lo cotidiano, de lo que
aprobamos o desaprobamos sin conmovernos cuando a menudo deberíamos
echarnos a temblar. Las diferencias puramente exteriores no han de
impedirnos apreciar la perspicacia de su llamada de atención acerca de
los falsos hábitos mentales que son generalmente asumidos. Quizá nuestra
renuencia a admitir que todo sea tan absurdo como Kafka asevera
no es sino el fruto más acabado de esos falsos hábitos. Aquí surge la
perspectiva crítica.
Parece opinable que las deficiencias denunciadas por
Kafka, al referirlas como estamos haciendo al Derecho y a su realidad
actual, lo sean tan absolutamente como él las formula. Una estimación
prudente obligaría a restarles hierro. Pero no queremos hacer aquí
nuestra ninguna apreciación, ni temeraria ni comedida. El grado en que
la crítica sea válida es cuestión sobre la que cabe moverse, según el
propio criterio, de uno a otro extremo de la gama de posturas posibles.
Con la intensidad que se quiera, pues, y recapitulando parte de los
elementos analizados durante estas páginas, la crítica de Kafka nos
desvela insuficiencias entre las que destacamos:
- El Derecho como orden ajeno a los sujetos,
insensible a ellos. En una época en que todas las constituciones
políticas se abren con la inflamada proclama de que "la ley es
expresión de la soberanía", "la soberanía reside en el pueblo" o "la
justicia emana del pueblo", tal vez debiéramos aún pararnos un minuto a
meditar si el tribunal, o el castillo, o la ley con su portero, o la
nobleza que es ella misma la ley, son o no algo más que patrañas urdidas
por un checo débil aplastado por un complejo de inferioridad ante su
padre.
- El Derecho como herramienta ignota manejada sólo por
iniciados inaccesibles, a través de procedimientos incomprensiblemente
complejos, ante la mirada perpleja del individuo que quiere saber cuál
es su posición y no lo averigua nunca. ¿Puede reírse de este
panorama quien viva en un país con más de un centenar de tipos de
procesos civiles, quien asista al frecuente desconcierto ante el
tecnicismo de aquellos a quienes afecta una resolución judicial que
siempre ha de traducirles un experto?
- La distorsión introducida en el Derecho por las
estructuras administrativas creadas por él y destinadas a su aplicación,
que acaban adueñándose de la norma y suplantándola por sus reglas
internas de funcionamiento burocrático, praeter legem en el mejor
de los casos; si es que ante tal estado de cosas puede decirse que
exista una lex previa y distinta a lo que resulta de su
aplicación por los órganos que tienen encomendada su tutela. Cuando
puede amenazarse con, por ejemplo, el retraso en la sustanciación de un
recurso para forzar una transacción que la ley permitiría rehusar, ¿no
surge un Derecho paralelo debido al simple hecho de las estructuras
creadas para hacer eficaz el presunto Derecho objetivo?
- Las lagunas del Derecho, la anomia subyacente
al sistema que se pretende perfecto, y que sólo se muestra como tal en
su faceta de imperio sobre el individuo inerme.
- El Derecho como imposición de un poder, al margen de
criterios de justicia, sobre los que ese poder no da explicaciones. En
este punto, la crítica kafkiana, producto de su época, analizada desde
la perspectiva de su vigencia actual, queda desfasada por cierto
importante detalle: los sistemas jurídicos actuales "cuidan más su
imagen"; no usan, salvo excepciones que corresponden a estadios de
evidente incivilización, de una brutalidad tan descarnada como la del
tribunal que manda ejecutar a Josef K. Pero, y esto es, naturalmente,
una opinión, el Derecho es en última instancia fuerza, y la fuerza,
simplemente sea por congruencia y por las leyes de la física, sólo nace
de la fuerza. No siempre el Derecho es fuerza, pero ha de poder serlo,
para ser Derecho. Luego lo indispensable para que un sistema jurídico
funcione como tal es disponer de un poder que lo respalde. La justicia y
la racionalidad son ingredientes deseables, exigibles por el sujeto,
pero sin los que desdichadamente un derecho puede, al menos dentro de
ciertos límites (que vendrán dados por la magnitud de la fuerza que lo
sustenta) funcionar ("No, no hay que creer que todo sea verdad; hay que
creer que todo es necesario", dice el sacerdote a K. en El
proceso). La advertencia kafkiana sería utilizable en el sentido de
prevenirnos frente a la ingenuidad de no considerar que algo tan grave
puede suceder. Es una llamada a desconfiar de la liturgia y los
ornamentos (de esas mecánicas fórmulas al uso que requieren
acríticamente nuestro respeto a las decisiones judiciales), a buscar la
justicia mas allá de las togas, porque nada asegura contra todo riesgo
que las togas no sirvan al absurdo, como los jueces de El
proceso. La inseguridad kafkiana alumbra a este respecto una crítica
tan acerba como ella misma es.
Podrían recogerse otros muchos argumentos de esta
índole, que de uno u otro modo han sido apuntados a lo largo de estas
páginas. Es en esta vertiente crítica, insistimos, donde la obra de
Kafka, síntesis exquisita de radicalidad y equilibrio en el trasunto de
esa radicalidad, ha de dar más juego; su rigor y profusión pueden
proporcionar una infinidad de objeciones contra el orden instituido de
la realidad convencional. Aquí hemos pretendido catalogar algunas, en lo
que aplicarse puedan a la realidad jurídica. Puede desazonar la falta de
propuestas de acción concreta para remediar el statu quo
desfavorable que Kafka nos ilumina. Sabemos por su vida y su obra que
quiso plegarse; que no lo hizo. Eso nos impide considerarle un
inmovilista, pero poco más.
En un articulo publicado hace unos años, Pablo
Sorozábal Serrano, con indudable acierto, denominaba a la de Kafka "La
sabiduría del no". Ésta es la especie de teoría crítica que late en la
obra kafkiana, la de la pura negación; no la utópica (basada en una
afirmación antitética), de la que tantos practicantes almacena la
historia del pensamiento. Kafka no da solución, pero tiene sobre los
utópicos la ventaja de ahorrarse el salto en el vacío, sin fundamento,
en que casi inexorablemente la utopía termina incurriendo. Sorozábal
Serrano vincula esta sabiduría del "no" kafkiana con la influencía
humeana recibida a través de los cursos de filosofía impartidos por
Anton Marty a los que Kafka asistió en su juventud. Quizá esta
afirmación sea algo demasiado intrépida en la seguridad con que se
produce, pero en modo alguno resulta disparatada. En efecto, las teorías
de Hume ilustran muy oportunamente la obra de Kafka. Sobre todo, en lo
referido, como Sorozábal apunta, a la relación causal, que Hume niega
(más propiamente, lo que niega es la posibilidad de acceder a un
conocimiento de la misma). La mera costumbre de asociar ideas y
percepciones es para Hume el único modo de dar fe del principio de
causalidad. Por decirlo con las propias palabras del filósofo escocés:
"En resumen, la necesidad es algo que existe en el espíritu y no en los
objetos, y no es posible para nosotros formarnos ninguna remota idea de
ella, considerada como una cualidad de los cuerpos. O bien no tenemos
una idea de la necesidad o la necesidad no es mas que la determinación
del pensamiento de pasar de las causas a los efectos y de los efectos a
las causas..." De aquí se derivan un agnosticismo radical y un nihilismo
y un escepticismo no menos radícales. Kafka también es un escéptico y un
nihilista. Escribe Sorozábal. "A fuerza de repetirse y afirmarse, la
tiniebla de la negación kafkiana se vuelve luz absoluta." Y añade, más
tarde: "La negación es negación de la trascendencia, negación de la
causalidad (Hume), de la cosa en sí (Kant). Más exactamente, negación de
la posibilidad de su conocimiento. De ahí que Kafka no ofrezca
salvación, no proponga redención..." Kafka nos arrebata el por
qué y como consecuencia, nos deja caer en el vacío. Apreciamos de
cuánta magnitud es el arma epistemológica blandida por la mano
temblorosa y fría del checo en su empresa crítica: la refutación de la
causa. Kafka nos mueve a revisar todo lo que creemos asentado en un
fundamento previo que lo determina. ¿Es que tenemos una constancia
suficiente de la relación entre los datos que nos brinda la realidad y
su presunto fundamento? Se nos incita a descubrir el absurdo, allí donde
la convención da por sentado que la causalidad existe. La causalidad no
es cierta ni forzosa, es angustioso admitirlo, pero es posible que,
aunque no haya nada que lo explique, uno se levante una mañana y
descubra que es un escarabajo que agita sus patas en el aire. Es posible
que la ley acuse al sujeto sin culpa, que le imponga la culpa incluso.
Descartarlo nos da tranquilidad, pero una tranquilidad engañosa.
Su traductora y corresponsal Milena Jesenská escribió
para Franz Kafka un hermoso elogio fúnebre. Sus palabras son el mejor
cierre que alcanzamos a concebir para estas páginas.
"Era un hombre clarividente, demasiado sabio para poder
vivir, demasiado débil para querer luchar; pero su debilidad era la de
los hombres nobles y rectos, que son incapaces de luchar contra el
miedo, la incomprensión, la falta de amor y la hipocresía, y que
conocedores de su incapacidad, prefieren rendirse avergonzando así al
vencedor.
"Su conocimiento del mundo era extraordinario y
profundo. Él mismo era un mundo extraordinario y profundo.
"Sus libros (...) poseen una auténtica desnudez que
queda expuesta con más naturalidad aun cuando se expresa por medio de
símbolos. Tienen la ironía seca y la sagacidad sensitiva del ser que
supo mirar el mundo con una lucidez tan sutil que no pudo soportar su
espectáculo y tuvo que morir.
"Y es que Franz Kafka no quiso hacer concesiones y
comportarse como los demás, que se refugian en espejismos intelectuales,
a veces muy nobles, verdaderamente.
"Sus obras se caracterizan por la expresión de un sordo
temor por los secretos desconocidos y la evidente inculpabilidad de la
culpa entre los hombres. Fue un artista de conciencia tan escrupulosa
que supo permanecer alerta donde los otros, los sordos, se sentían
seguros."
Madrid-Getafe, mayo de 1989