V. Sobre la cuestión de las leyes. El problema
del derecho objetivo.
El pequeño fragmento que pasamos a analizar es, junto a
otros cuatro o cinco de extensión no mucho mayor, todo lo que nos queda
de un proyecto más ambicioso, cuya versión definitiva Kafka destruyó.
Esta obra, localizada en la China imperial de principios de nuestra era,
giraba en torno al eje de la construcción de la Gran Muralla. Los
fragmentos subsistentes, todos ellos estudios o esbozos que Kafka olvidó
destruir, nos hablan, por ejemplo, de un pueblo perdido en la inmensidad
de China, lejos de la frontera, lejos de Pekín, en un punto del
infinito. En este pueblo hay una administración local dirigida por un
funcionario a quien todos llaman Coronel, cuyo título para ejercer el
gobierno nadie ha visto jamás. Es el recaudador de impuestos, se ha
arrogado el supremo mando en los demás ámbitos y todos se lo reconocen
sin discusión. Las noticias llegan de la capital con tal retraso que los
habitantes creen estar bajo un emperador que murió hace mucho. En el
fragmento más extenso, De la construcción de la muralla china, se
nos describe minuciosamente el sistema de construcción de la muralla, a
tramos de un kilómetro, por brigadas aisladas entre si, dirigidas por
una Suprema Conducción que se nos presenta como un ente abstracto. El
método de construcción hace surgir la duda de si la muralla no tendrá
numerosos huecos y discontinuidades, pero nadie puede saberlo, porque la
frontera es demasiado larga. Refiriéndose a un mundo cuyas singulares y
sugestivas características pueden apreciarse con el resumen precedente,
Sobre la cuestión de las leyes se centra en una materia
específica. Un narrador, en primera persona, reflexiona sobre las leyes
de su pueblo. Las primeras frases excusan de comentario: "En general
nuestras leyes no son conocidas, sino que constituyen un secreto del
pequeño grupo de aristócratas que nos gobierna. Aunque estamos
convencidos de que estas antiguas leyes son cumplidas con exactitud
resulta en extremo mortificante el verse regido por leyes para uno
desconocidas. No pienso aquí en las diversas posibilidades de
interpretación. Acaso estas desventajas no sean muy grandes. Las leyes
son tan antiguas que los siglos han contribuido a su interpretación y
esta interpretación se ha vuelto ley también. Por lo demás la nobleza no
tiene evidentemente ningún motivo para dejarse influir en la
interpretación por su interés personal en nuestro perjuicio, ya
que las leyes fueron establecidas desde sus orígenes por ella misma;
la cual se halla fuera de la ley, que, precisamente por eso, parece
haberse puesto exclusivamente en sus manos." A continuación, el
narrador, tras sentar una ilustrativa premisa de su exposición ("estas
apariencias de leyes sólo pueden ser en realidad sospechadas"),
relata cómo el pueblo ha observado desde antiguo a la nobleza con el
propósito de realizar una deducción del contenido de las leyes.
A esta observación se debe incluso la creencia de que
las leyes existen ("Según la tradición existen y han sido confiadas como
secreto a la nobleza, pero ello no es más que una vieja
tradición, digna de crédito por su antigüedad, pues el carácter de estas
leyes exige también mantener en secreto su existencia"). El narrador
explicita la reticencia ineludible: "... tal vez esas leyes que
aquí tratamos de descifrar no existen. Hay un pequeño partido que
sostiene realmente esta opinión y que trata de probar que cuando una ley
existe sólo puede rezar: lo que la nobleza hace es ley. El
pequeño partido se opone a la investigación de la ley, por inútil
y dañina, pero la mayoría del pueblo la ve necesaria, considera que el
material reunido es escaso aún, que con mucho más estudio la cuestión
estará más clara. Y existe en la base de esta voluntad una fe: "...la fe
de que habrá de venir un tiempo en que la tradición y su investigación
consiguiente resurgirán en cierto modo para poner punto final, que todo
será puesto en claro, que la ley sólo pertenecerá al pueblo y la nobleza
habrá desaparecido." El narrador precisa: "Esto no está dicho ( ... )
con odio hacia la nobleza. Antes bien, debemos odiarnos a nosotros
mismos, por no ser dignos aún de tener ley. Y por eso ese partido que no
cree, en verdad, en ley alguna, no ha aumentado su caudal, y ello porque
él también reconoce a la nobleza y el derecho de su existencia." El
párrafo final merece ser transcrito: "En realidad, esto sólo puede ser
expresado con una especie de contradicción: un partido que, junto
a 1a creencia en las leyes, repudiara la nobleza, tendría inmediatamente
a todo el pueblo a su lado, pero un partido semejante no puede surgir
porque nadie se atreve a repudiar a la nobleza. Sobre el filo de esta
cuchilla vivimos. Un escritor lo resumió una vez de la siguiente manera:
la única ley, visible y exenta de duda, que nos ha sido impuesta,
es la nobleza. ¿Y de esta única ley habríamos de privarnos nosotros
mismos?"
Según la tripartición convencional que hicimos más
arriba, este fragmento, como todo el ciclo de la muralla china,
se inserta dentro del paradigma de la construcción. Igual que las
brigadas de obreros fueron componiendo a trechos insignificantes la
inmensa muralla, así el pueblo construye aquí una teoría acerca del
contenido de las leyes que lo gobiernan y se le ocultan. La labor
es ingente como la de erigir la muralla, una tradición antiquísima sólo
ha bastado a proporcionar unos materiales exiguos. En la interpretación
que aquí nos interesa, a la que este fragmento se presta quizá con más
nitidez que los analizados anteriormente, el pueblo puede identificarse
con el sujeto que trata de conocer el Derecho como realidad objetiva e
intenta su descripción. Merece la pena detenerse en los resultados que
el pueblo de la narración ha obtenido. Son muy superiores a los
alcanzados por el campesino o el agrimensor K. Y es que la actitud del
pueblo no es la del peticionario, sino la del constructor: la del que
ejercita serenamente sus habilidades de artífice, ordenando los datos
sin más pretensión que la del conocimiento. Por eso este fragmento es
más equilibrado, menos impulsivo y más fértil en sus hallazgos. Con su
sereno raciocinio complementa inmejorablemente las sugestiones intensas
pero menos traducibles que nos ofrecían las otras dos obras estudiadas.
En principio, el Derecho es un secreto, "del grupo de
aristócratas que nos gobierna." El Derecho sirve, además, sin ningún
pudor, a los fines de esa clase" que lo creó, de tal modo que no
hay ni que pensar en que interpreten las normas en su beneficio, porque
puede presumirse que ya fueron hechas inequívocamente para él. Incluso
se nos dice que la aristocracia está, en cualquier caso, fuera de la
ley. Con una eficacia retórica y estética innegable, Kafka resume de
pasada, casi candorosamente en la naturalidad con que el narrador lo
describe, un panorama que evoca la crítica al Derecho de Marx, con una
asombrosa y puntual coincidencia de argumentos. Pero a renglón seguido
Kafka se interna en una senda original. Nos plantea la posibilidad de
inexistencia del Derecho, desde un punto de vista estrictamente
ontológico (no la inexistencia en una perspectiva axiológica atinente al
valor justicia que implicaría el Derecho como superestructura ordenada
al mero provecho de la clase dominante). En definitiva, se trata de
desembocar en un argumento genuinamente voluntarista, que parafrasea el
Quod principi placuit legis habet vigorem del Derecho romano del
Imperio: "Lo que la nobleza hace es ley." Pero no se detiene ahí (si lo
hiciera, la originalidad sería relativa). Kafka nos da una visión muy
singular del pueblo sometido a ese Derecho que no le pertenece. No
sugiere una revolución indiscriminada. En realidad, no se sugiere
revolución de ningún tipo. El pueblo es un pueblo investigador,
científico, que busca su liberación en la ciencia, en un progresivo
conocimiento de las leyes que las haga suyas. Lo que sucede es que esta
pretensión choca con los obstáculos que se apuntan en el párrafo final.
El pueblo no puede conquistar la ley, arrebatándosela a la nobleza; la
ley es consustancial a la nobleza y la nobleza un elemento cuya
dominación está irreversiblemente asumida por el pueblo. La razón de
ambos obstáculos viene a ser la misma y Kafka la formula con
contundencia. De las leyes en general el pueblo no tiene más que datos
inseguros, fragmentarios; en definitiva, "la única ley visible y exenta
de duda ...es la nobleza." Y de esta ley, como dice el anónimo escritor
citado al final del fragmento, no puede el pueblo privarse, porque
tampoco le consta tener otra ley, y la ley, aun reducida a un simple
hecho representado por una aristocracia gobernante, es valorada como
necesaria.
En definitiva, el Derecho vuelve a aparecer como algo
ajeno al individuo, como el patrimonio de una clase que lo administra
sin rendir cuentas a nadie, sin verse siquiera intimada a esclarecer que
existen unas normas que aplica. Prescindiendo de todo fundamento
racional o de justicia, el Derecho no parece asentarse más que en una
relación de poder. Pero también es preciso retratar las peculiaridades
de ese poder: en ningún sitio se nos habla de sus manifestaciones. Como
ocurre con el castillo, o como la ley defendida por una cadena de
porteros, la fuerza que impone la norma (o que constituye la norma) no
se muestra como un acto, sino como una potencia; y si la analizamos en
el proceso que va de Ante la ley a Sobre la cuestión de las
leyes, pasando por El castillo, descubrimos que resulta
crecientemente abstracta, cada vez más una fuerza moral, que se impone a
la conciencia de los súbditos.
Es en este punto donde se contienen las
particularidades de más relieve de este fragmento. El pueblo acepta las
leyes y por tanto, acepta a la nobleza, ya que ésta es la única ley que
conoce. A tal punto llega en su sumisión que contempla la posibilidad de
que no haya esas otras leyes que sospecha y sobre cuyas características
investiga. Prima sobre toda otra consideración del Derecho la de orden
eficiente. La nobleza (ya sea con sus leyes o siendo ella misma la única
ley), garantiza la cohesión y aun el sentido del pueblo. La justicia
cede ante esto. El pueblo se siente "mortificado" al estar sujeto a unas
leyes que son instrumento de la aristocracia, porque no es posible otra
reacción, pero lo consiente, y quienes predican ideas "subversivas"
suscitan en la mayoría la sensación de situarse en la irrealidad.
Permanece en este relato la incognoscibilidad última
del Derecho, el desvalimiento del individuo que quiera fundar en el
orden objetivo una pretensión subjetiva (ya que ese orden objetivo es un
secreto). Pero el pueblo de Sobre la cuestión de las leyes
penetra en el problema, a su modo, y también a su modo encuentra la
solución que le es negada al agrimensor K. y al campesino de
Ante la ley. Soslayando la injusticia insoluble, la salida se
abre por una vía axiológica que atiende a otra orientación: la
seguridad. Paradójicamente, un orden jurídico arcano es la garantía
frente a la incerteza. Hay una ley, injusta, la de que la nobleza
gobierna. Pero es una ley inatacable, firme. Da una referencia que
siempre estará ahí, porque el pueblo siempre acatará su sujeción. Ante
esta referencia perenne, el de si hay otras leyes no es un asunto
fundamental. Hay algo sobre lo que apoyarse, contra toda circunstancia.
A primera vista, y sobre consideraciones de equidad, la
solución que se da el pueblo es inadmisible. Pero puede hacerse la
siguiente interpretación: la nobleza asienta en gran medida su
dominación sobre la creencia del pueblo de que esta dominación debe
persistir. De un modo alambicado y bien curioso, el pueblo se apodera
inconscientemente del Derecho que por naturaleza y origen no le
pertenece, y ello es así porque a fin de cuentas convierte a la
aristocracia en una realidad que le presta una utilidad, la de cimiento
de su orden social. K. y el campesino no obtienen nada del castillo o de
la ley. El pueblo de esta narración saca su fruto de las leyes (es
decir, de la aristocracia). Arranca de un conocimiento lleno de
oscuridades, pero también provisto de una certidumbre mínima que lo hace
fecundo como no aciertan a serlo las aventuras del agrimensor yel
campesino. Y termina llegando a un sentimiento de su culpa ("Antes bien,
debemos odiarnos a nosotros mismos, por no ser dignos aún de tener ley")
que resuelve acomodándose al estado de cosas reinante. En la aceptación
está la conquista, la paz. A ser dominado por la nobleza sí tiene el
pueblo derecho, un derecho irrefutable. El pueblo (o el individuo) logra
al fin ostentar un derecho subjetivo, sobre la base de una convicción
parca, pero irrebatible, acerca del problema que en otras tentativas a
los protagonistas de las metáforas kafkianas se les había
resistido íntegramente: el Derecho como orden objetivo. Un orden que es
con claridad expresión de un poder. Un poder que tiene una plasmación
muy abstracta, tanto que en el fondo todo puede ser absurdo, pero sobre
el que hay una imprescindible certeza. El convencimiento psicológico
determina así en cierta medida la realidad, confiriendo su estabilidad
al conjunto.
Mucho tiene que ver este desenlace con la experiencia
personal y vital de Kafka. Él se consideraba un expulsado, alguien que
había hecho el viaje desde la tierra de Canaán al desierto, por decirlo
con sus palabras. Su ambición fue en una porción importante ganar para
sí una vida "normal", poder someterse al orden instituido, al que se
creía naturalmente inadaptado. Cuenta Max Brod cómo le remitió Kafka en
cierta ocasión a la anécdota que refiere la sobrina de Flaubert en la
introducción al epistolario del novelista francés: "¿No habrá lamentado
(Flaubert) en los últimos años no haber transitado el camino trillado?
Casi que podría creerlo cuando rememoro las sentidas palabras que una
vez acudieron a sus labios mientras volvíamos a casa caminando a lo
largo del Sena (habíamos visitado a una de mis amigas y la habíamos
encontrado en medio de una bandada de hermosos hijos). ‘Están en lo
cierto (Ils sont dans le vrai)’, dijo, refiriéndose a ese
honorable y buen hogar."
Podría parecer que el autor de Praga abdica en este
punto de anteriores planteamientos que hemos calificado como críticos,
pero pensar eso es una inexactitud. El individuo extenuado en la
búsqueda infructuosa de su vía propia (de su propio derecho), implora
descansar a la manera común (acatando lo indudablemente vigente, aunque
esto sólo sea su condición de sometido). A pesar de todo, quedan sus
observaciones, sus audaces testimonios del absurdo, de los que no se
reniega. Y los vertidos en Sobre la cuestión de las leyes son de
los más incisivos jamás escritos acerca del Derecho.