II. Apunte biográfico.
Acercarse a la biografía de Kafka, a menudo resumida en
su humillación ante el padre, sus compromisos matrimoniales fallidos o
su gris vida de empleado (lo que al menos es veraz), pero también en su
sionismo que le llevara a proyectar un viaje a Palestina (lo que roza la
falacia, aun partiendo de un hecho verdadero), requiere ciertas cautelas
que el mismo autor nos sugiere en su diario, fuente primera y fiable (en
la medida en que un diario lo es) para conocer a un ser humano sobre el
que se ha escrito abundantemente: "Ha sido como si, lo mismo que a
cualquier otra persona, me hubiesen dado el centro del círculo; como si
hubiese tenido que recorrer, igual que cualquier otra persona, el radio
decisivo y describir luego el hermoso circulo. En lugar de hacerlo así,
he estado constantemente iniciando un radio, pero siempre lo he
interrumpido en seguida. (Ejemplos: piano, violín, idiomas,
germanística, antisionismo, sionismo, carpinteria, horticultura,
literatura, intentos de matrimonio, casa propia.) El centro del círculo
imaginario está lleno de radios que empiezan y no acaban..." La vida de
Kafka es fruto de su inseguridad personal, de un carácter que mezclaba
las empresas casi heroicas (de tales hay que calificar en ocasiones sus
descensos al infierno, en lo humano y lo literario) con una tendencia al
escepticismo y a la defección. Ello le impidió arraigarse en parte
alguna; siempre acabó por romper sus compromisos de matrimonio y toda su
vida soñó con escapar, de un entorno que simbolizaba Praga, su ciudad
natal (que finalmente abandonó como lugar de residencia poco antes de
morir). Sus planes de ir a Palestina, o incluso, en su juventud, de
venir a España con su tío materno Alfred Löwy, a la sazón director
general de los ferrocarriles españoles, se inscribieron en ese ansia de
huida; la literatura, que acaso constituyó su credo más robusto y
duradero (aunque no sin deserciones), logró tal permanencia por ser una
forma, la más nítida, de esa fuga en la que puso su fe. La constante
paradoja kafkiana le llevó a practicar la escritura con un sentido del
deber que, además de hacerle indagar con ella precisamente aquello que
más le atormentaba, no cedió ante los sacrificios (escribía de noche,
robando gran parte del tiempo del sueño, agudizando su delicado estado
nervioso).
Kafka nació en 1883 en el seno de una familia judía
germanoparlante de Praga. Su padre, hombre enérgico, hecho a sí mismo,
abrió con su brusquedad y su avasallante fortaleza una herida en el
carácter de su hijo de la que éste no se repondría y sobre la que en
gran medida versarían sus metáforas. En ellas abunda la descripción de
un poder arbitrario, de una fuerza desconsiderada ante la que sus
protagonistas se encuentran ineludiblemente sometidos, y que no es
difícil relacionar con la autoridad del padre, en cuya casa, con intenso
sentimiento de inferioridad y menosprecio, Kafka vivió hasta bastante
después de alcanzar la edad adulta. El futuro escritor estudió en el
instituto alemán de Praga, al que su padre le envió con el cálculo de
que de él se nutrían las filas de los funcionarios del Estado. Según
cuenta su biógrafo Klaus Wagenbach, Kafka recibió allí una educacion muy
centrada en los estudios clásicos pero con un método estrictamente
memorístico, que no habría de dejar gran huella en él. Tampoco recibió
una escrupulosa formación religiosa. Sin embargo, el dato de lo hebreo
dista de ser en él irrelevante. Algún autor ha señalado en Kafka la
faceta del judío errante; el propio escritor reflexionó a menudo
sobre la idea de una tierra prometida (de la que, en un revelador
fragmento de sus diarios, confiesa haber partido en dirección al
desierto, viaje inverso al de Moisés, para a continuación concluir que
Canaán no hay más que una y que el único remedio es un regreso para él
ya inviable). Y sobre todo, como noción fundamental en la obra kafkiana,
ha de destacarse la del pecado original, de capital importancia a los
efectos aquí perseguidos.
Terminados los estudios secundarios, en los que ya
había descubierto cuáles serían los términos básicos de su relación con
el mundo ("Yo sólo sentía la injusticia que me hacían... No admitían lo
que eran mis inclinaciones personales, así que resulta que nunca pude
sacar de mis inclinaciones el verdadero provecho que, en definitiva, se
exterioriza en una confianza duradera en uno mismo..."), Kafka se
plantea la elección de carrera universitaria. Tras algunas inclinaciones
preliminares hacia la química y la filología, se decide por el Derecho.
En la Carta al padre explica sus razones: "... para mí no
existiría la verdadera libertad de elegir una profesión, puesto que
sabía que, al lado de la cuestión fundamental, todo había de serme tan
indiferente como las materias escolares del Instituto; se trataba pues
de encontrar una profesión que, sin herir demasiado mi vanidad, me
permitiera conservar mejor esa independencia. Así que era obvio
decidirse por el Derecho. (...) En general, no dejaba de mostrarme
asombrosamente previsor; ya de pequeño, tuve nociones bastante claras
respecto a los estudios y la profesión. No esperaba que me
salvasen; hacía ya mucho tiempo que había renunciado a ello". Sin mas
problemas que los derivados de la deglución de serrín, Kafka se
doctoró en 1906.
Tras un año de trabajo en los juzgados, sin
remuneración, como abogado y funcionario, acumulando una experiencia que
no pareció resultarle laboralmente muy provechosa ("...incesantemente he
hecho el ridículo en las horas de trabajo en el juzgado", reconoce),
pero que como sospecha Ronald Hayman (autor de una monumental biografía
sobre el escritor) algo debió determinar las organizaciones burocráticas
luego descritas en El proceso y El castillo, entra en la
compañía de seguros italiana Assicurazioni Generali, con la intención de
ser destinado al extranjero, a Trieste. Incluso estudia italiano, pero,
como otros, este intento de escape fracasó. El trabajo era agotador y,
aunque en un primer momento había encontrado el asunto de los seguros
interesante, abandonó el puesto a los pocos meses, alegando oficialmente
debilidad cardíaca y de forma oficiosa que "no podía soportar los
insultos que le habían sido dirigidos." En 1908 entró a trabajar en el
Instituto de Seguros de Accidentes de Trabajo del Reino de Bohemia, cuyo
horario era muy favorable a sus pretensiones de disponer del máximo
tiempo posible para escribir. La labor de Kafka en esta institución,
pese a las numerosas excedencias que solicitaría a causa de su frágil
estado de salud, fue muy estimable, llegando a convertirse en un experto
en accidentes laborales, materia sobre la que se conservan informes por
él realizados que demuestran la seriedad con que se tomó la tarea.
También en ella dejó constancia de au conciencia social, coexistente con
su radical introversión. Ya en los años de instituto Kafka se había
aproximado a ideas socialistas, de las que toda su vida se declararía
partidario. Max Brod, amigo, editor póstumo y biógrafo de Kafka, cita
estas palabras suyas a propósito de los obreros accidentados: "¡Qué
gente tan modesta! Vienen a nosotros pidiendo por favor. En lugar de
asaltar el establecimiento y hacerlo trizas, vienen pidiendo por favor".
Con impresiones como ésta se iría desarrollando en él una opinión
negativa hacia el Instituto del que formaba parte, al que llegaría a
denominar "nido de burócratas". No resulta arriesgado suponer que su
experiencia en aquella institución, prolongada como no lo fueron sus dos
empleos anteriores, le suministró materiales fácilmente identificables
en su obra.
Al tiempo que estabilizaba su vida en lo laboral, Kafka
trabajaría denodadamente en sus narraciones. Entre 1912 y 1914
escribiría América (novela sobre un emigrante, acaso el que él
quiso y no logró ser) y El proceso. El castillo habría de
esperar a 1922. De 1913 a 1916 tienen lugar sus primeras publicaciones:
Contemplación, El fogonero, La metamorfosis, La
condena. En 1919 publicaría En la colonia penitenciaria y
Un médico rural, y en 1924 Un artista del hambre. El
grueso de su obra aparecería póstumamente. También en la segunda década
del siglo comenzarían sus continuas y frustradas tentativas
matrimoniales y de obtención de una casa propia. Pese a comprometerse
varias veces (dos con Felice Bauer, con la que mantendría una
correspondencia voluminosa y una tormentosa relación que alimentaría
buena parte de su literatura), y aunque disfrutaba de ciertas
posibilidades económicas, sólo unos meses antes de morir, en 1923,
alcanzaría una unión estable y serena con una mujer, Dora Dymant (sin
llegar a casarse) y fundaría un hogar propio. Ésta fue una de las más
constantes obsesiones de Kafka, y puede decirse que la desesperación del
agrimensor K. por no poder acceder al castillo tiene mucho que ver con
los fracasos del escritor en sus aspiraciones en este sentido.
Coincidiendo con la consecución de la ansiada casa propia, en Berlín, al
fin lejos de su aborrecida Praga, Kafka escribe La madriguera (o
La construcción, Der Bau en alemán), relato en el que se
nos muestra a una criatura temerosa de un enemigo externo (acaso una
alusión a su ya grave enfermedad) pero que recorre con delectación las
múltiples galerías de que consta su morada, en cuyas intersecciones
acumula comida y todo lo necesario. Hayman señala profundas raíces en la
frustración de Kafka durante los años en que no consiguió crear una
familia; según é1, no sería ajena al sentimiento de culpa, tan enraizado
en cualquiera de sus manifestaciones en Kafka, y en este punto debido a
la transgresión del mandato divino: "Creced y multiplicaos". Lo cierto
es que Kafka habla con tristeza de su soltería y desea fervientemente
tener hijos: "...ésta es la sensación de los que no tienen hijos:
constantemente depende todo de ti mismo, quieras o no, cada momento
hasta el final, cada momento que te desgarra los nervios; una y otra vez
te asalta y sin resultado alguno. Sísifo era soltero." Más arriba,
apasionadamente, proclama: "La felicidad infinita, profunda, cálida,
redentora de estar uno sentado junto a la cuna de su hijo, junto a la
madre". Ahora bien, es preciso tener presente que si sus proyectos
matrimoniales no salieron adelante fue porque Kafka, junto a estos
deseos, siempre quiso preservar la independencia que le permitiera
dedicarse con la intensidad querida a la literatura.
Aunque nervioso y vulnerable, Kafka era al mismo tiempo
capaz de una frialdad pasmosa. Basta con leer descripciones tan exentas
de piedad como la de la máquina de En la colonia penitenciaria, o
con anotar las numerosas situaciones atroces reflejadas en un lenguaje
diáfano que no se inmuta ante lo relatado. Y sin embargo, a menudo el
lector se ve sorprendido por escenas en las que una ternura inusitada y
hasta ininteligible brota entre personajes aparentemente hostiles entre
sí. Una nueva paradoja kafkiana, como el contraste entre sus encendidas
y extensas cartas a Felice y el desasimiento con que recuerda que la
primera vez que la vio le pareció "una criada". El intérprete ha de
considerar con cuidado esta duplicidad, que como otras cualidades de
Kafka enriquece su lectura pero también aporta riesgos de
tergiversación.
Franz Kafka murió el 3 de junio de 1924 en
Klosterneuburg, cerca de Viena, de una tuberculosis de laringe. La
enfermedad ya había aparecido años antes, obligándole a peregrinar por
numerosos sanatorios y a pedir la baja en el Instituto de Seguros de
Accidente. A Robert Klopstock, médico amigo suyo que estuvo cerca de él
en su agonía, le pidió que le pusiese una inyección letal para terminar
antes. Klopstock se negó, y Kafka le respondió con una contradicción
digna de lo que había sido su vida y su obra: "Mátame; si no, eres un
asesino."
Aparte de las múltiples influencias que las
circunstancias de su biografía aquí sucintamente expuestas ejercieron
sobre su obra, hay que referirse a su entorno social e histórico,
aquella Praga en la que vivió, encrucijada de culturas y lenguas en el
seno del Imperio Austrohúngaro. Su pertenencia a una comunidad muy
característica, la judía checa de habla alemana, su relación con los
aparatos burocráticos, etcétera. No obstante, parece oportuno insistir
en que, si bien todos estos factores tuvieron su importancia, lo
radicalmente determinante de la obra kafkiana es su aventura individual,
la consignación de sus vicisitudes y de la lucha por conquistar un
espacio propio. Realizando esta lucha a través de la literatura, a la
que siempre deseó entregarse prioritariamente y con la que en vida sólo
obtuvo resultados modestos en cuanto a su proyección (aunque lo poco que
publicó mereció el respeto de sus contemporáneos), alumbró uno de los
mundos narrativos más perfilados, misteriosos y seductores de este
siglo. Walter Benjamin, hablando de las dimensiones místicas de la obra
de Kafka, recuerda un ilustrativo fragmento de Dostoievski: "Pero si
es así, hay aquí un misterio y nosotros no podemos comprenderlo.
Y si hay un misterio, nosotros tenemos el derecho de predicar el
misterio y de enseñar a los hombres que lo que importa no es la libre
decisión de sus corazones, no es el amor, sino el misterio, al que están
obligados a someterse ciegamente y por lo tanto independientemente de su
conciencia."
Kafka conoció a Rudolf Steiner, encuentro sobre el que
hay alguna referencia en sus diarios, pero la teosofía no pareció
entusiasmarle. En el año 1902 asistió a unos cursos informales de
filosofía impartidos por Auton Marty, discípulo de Franz Brentano, por
cuyo conducto pudo recibir ideas humeanas. Lo cierto es que Kafka
suspendió el examen realizado por el profesor en su propia casa. En
cuanto a influencias intelectuales más acreditadas, Kafka se sentía
semejante a Dostoievski, von Kleist y Flaubert. A los dos primeros los
estimaba mucho, así como a Kierkegaard, con el que igualmente se sentía
identificado en un sentido vital: "Como ya suponía, su caso es muy
semejante al mío, a pesar de algunas diferencias esenciales; por lo
menos se encuentra al mismo lado del mundo" (Diario, 21 de agosto
de 1915). Como se verá más adelante, sobre todo el influjo de este
último (también se anotarán esas "diferencias esenciales") tiene su
interés en una interpretación jurídica de Kafka.
La obra de Kafka fue publicada después de su
muerte por su amigo y albacea Max Brod, al que había encomendado que lo
quemase todo. Brod se excusa de esta "traición" que nos ha permitido
conocer El proceso o El castillo alegando que Kafka estaba
suficientemente advertido de que si realmente deseaba la
destrucción de sus escritos debía encargársela a otra persona y no a
él. Aunque se sospecha que es mucho lo que el escritor incineró antes de
morir, y no menos lo perdido durante el nazismo de lo conservado
por quienes le conocieron (casi todos ellos judíos), si se suman
a su obra de ficción los diarios y lo salvado de su profusa
correspondencia, obtenemos un conjunto enorme de material susceptible de
análisis.
Según lo anunciado más arriba, procedemos ahora
a comentar los cuatro textos escogidos.