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Lleva un tatuaje en cada hombro. En el derecho, la cabeza de un tigre de
Bengala. En el izquierdo, el símbolo circular de los pacifistas, el mismo
que a finales del pasado siglo se popularizara junto al lema de «haz el
amor y no la guerra». Es Jaime Giménez Arbe, hasta hace poco conocido
solamente como El Solitario, uno de los atracadores más peligrosos que
registra la historia criminal española y el delincuente más buscado
desde que un día de junio de 2004 acribillara con una ráfaga de 23 balas
de su subfusil a los guardias civiles Juan Antonio Palmero y José Antonio
Vidal, en Castejón (Navarra). La dualidad de sus tatuajes se antoja una
metáfora de su doble vida: el misterio que centenares de agentes se han
afanado durante años por desentrañar y que ahora está ahí, expuesto
hasta el último detalle a la vista de todos.
El lunes 23 de julio lo detuvo la Policía Judiciária portuguesa cuando
se disponía a atracar un banco en la localidad costera de Figueira da
Foz. Y de no saber nada, hemos pasado a saber casi demasiado. Las
informaciones sobre su personalidad y su historia se acumulan día a día,
mezclándose los datos más o menos contrastados con rumores y chismes.
Tratando de ceñirnos a lo que puede afirmarse con una mínima seguridad,
sabemos que tiene 51 años, dos hijos adolescentes, una ex mujer de
nacionalidad británica y una hermana, con la que convive actualmente su
madre, viuda desde hace un lustro. También tuvo un hermano, pero falleció
hace años. De todas las personas que componían su reducido entorno
familiar, parece que sólo por su madre demostraba nuestro hombre respeto
y afecto.
Giménez Arbe estudió hasta el bachiller elemental en la elitista Escuela
Italiana de Madrid, donde reveló ya su carácter problemático, que hizo
que le expulsaran. Cursó el bachiller superior en un instituto de Pozuelo
y se formó como técnico en instalaciones de frío industrial, actividad
que ha constituido a lo largo de los años su oficio más o menos regular,
pero que ha venido simultaneando con otros al margen de la ley. Aparte de
dedicarse a atracar bancos, ramo delictivo en el que se sospecha que se
inició en compañía de otros antes de comenzar su carrera en solitario
(aunque nunca fue detenido por ello), en su ficha constan antecedentes por
tráfico de drogas (sobre todo pastillas), tanto en España como en
Suecia..
Y es que Giménez Arbe es un hombre de mundo: aparte de su paso por el país
escandinavo, se sabe que ha vivido y trabajado en el Reino Unido, donde
conoció a su esposa, y en Libia, donde prestó sus servicios para una
empresa petrolífera. Por lo visto viajaba mucho a Marruecos, país que
según fuentes próximas a su entorno conocía «como la palma de su mano».
Habla con fluidez inglés e italiano, con menos soltura francés y
chapurrea árabe. También es un manitas cibernético: en los primeros
tiempos de internet en España ya tenía varios equipos conectados a la
red. Por otra parte, su familia no andaba mal de dinero; de hecho sus
padres le compraron el chalé adosado en que vivía. Lo que no puede decir
nuestro personaje es que fue la necesidad o la falta de oportunidades lo
que le empujó a tomar la senda del crimen.
Durante mucho tiempo se creyó que El Solitario, por su destreza y su
determinación en el uso de las armas, demostradas al menos en tres
enfrentamientos a tiros con los agentes del orden, era un ex militar o ex
policía. Ahora sabemos que ni siquiera hizo la mili, al diagnosticársele
una enfermedad mental que lo incapacitaba para el servicio. Se ha hablado
de esquizofrenia, paranoia o más vagamente de psicopatía. Sin pretender
afinar un diagnóstico que seguramente requiere de un análisis más
riguroso, algún experto apunta más bien hacia un trastorno de la
personalidad de tipo paranoide, que reforzaría los rasgos obsesivos, la
desconfianza, la meticulosidad en sus acciones, pero permitiéndole
mantener el control de sus actos, algo que ha demostrado a lo largo de una
larga ejecutoria criminal.
Es un individuo habituado a prevalecer sobre los demás, eso parece fuera
de cuestión. Presidió la comunidad de su urbanización y la del polígono
de Pinto donde tenía una nave para preparar sus golpes, y en ambos casos
logró imponer su voluntad una y otra vez. Se dice que agredía a su ex
mujer, y que su hijo pequeño se escondía en el armario al oír entrar al
padre en la casa (del mayor, en cambio, algunos testigos afirman que lo
idolatraba y lo tenía como modelo). En su barrio, el carácter brusco y
desabrido de Giménez Arbe le hizo acumular un largo historial de
altercados, con multitud de denuncias cruzadas (él mismo no tenía rubor
en acudir una y otra vez a la Guardia Civil de su localidad a denunciar a
sus vecinos). Lo tenían por violento, por huraño, por loco, por «mala
persona». Pero hasta el pasado lunes nadie del barrio imaginó que se
trataba de El Solitario, el atracador más perseguido del país. Podían
temerle, u odiarle, pero él seguía campando a sus anchas y pisando
fuerte. Mientras tanto, en su otra vida, la clandestina, se aplicaba a
preparar y ejecutar sus audaces asaltos. Desafiando a quienes andaban tras
él, exhibía su insultante capacidad para reproducir una y otra vez, con
aparente impunidad, su simple pero eficaz modus operandi: sin dejar
huellas, protegido por un burdo disfraz y completando la faena tan deprisa
que cuando se activaba el dispositivo policial ya se había escabullido,
por rutas previamente estudiadas. Nada menos que ocho golpes acumulaba en
el último año; uno de ellos, para más inri, junto al complejo policial
de Canillas. Había vuelto con ganas, tras un par de años de inactividad
a raíz de la muerte de los dos guardias civiles.
Ese percance de junio de 2004 fue, en última instancia, el que torció la
suerte de quien hasta entonces había atracado más de una veintena de
bancos y obtenido por el camino un jugoso botín, sin que la policía
lograra siquiera acercarse a él. Aquel fatídico día venía de La Rioja,
donde había ido a dar un golpe sin percatarse de que la jornada era
festiva en aquella comunidad. Probablemente conducía distraído, o
contrariado, y cometió alguna infracción de tráfico que presenció la
patrulla de la Guardia Civil, por lo que salió tras él para
identificarle. El Solitario llevaba encima sus armas, y es muy posible que
placas falsas en el vehículo. Ante el riesgo de ser detenido, no se lo
pensó: vació el cargador de su subfusil contra los agentes. No era la
primera vez que disparaba contra la policía: ya lo había hecho en 1996
tras un atraco en Zafra (Badajoz), cuando tiroteó a dos patrullas de la
Benemérita, y en 2000 en Vall d'Uixó (Castellón), donde se enfrentó en
una batalla campal contra casi toda la policía local de la población (en
la refriega resultó muerto un agente por el disparo accidental de un
compañero). Pero en esta ocasión su expeditiva reacción iba a tener
graves consecuencias.
Los recursos excepcionales desplegados por la Guardia Civil para
esclarecer la muerte de sus dos agentes, a partir del vehículo que según
testigos conducía el atracador, un Suzuki Vitara o Samurai verde, y de
los casquillos y proyectiles del subfusil recogidos en el lugar del
crimen, permitieron reconstruir el historial de El Solitario, hasta
entonces disperso. Se analizaron todos y cada uno de los atracos que se le
iban atribuyendo, registrando todos los datos. Se difundieron las imágenes
del atracador captadas por las cámaras de videovigilancia, y pronto
empezaron a llegar denuncias procedentes de la colaboración ciudadana.
Entre los años 2004 y 2007, se investigó a miles de potenciales
sospechosos y en profundidad a no menos de 300 objetivos. El Solitario
debió de ser consciente de la que se había montado para darle caza, y
durante dos años se abstuvo de actuar.
Siempre había sido un tipo poco codicioso. Atracaba cuando necesitaba
dinero, y si en algún golpe obtenía un buen botín, se tomaba unas
vacaciones. Debió de tirar de los ahorros que tuviera, y cuando se le
acabaron parece que aún se buscó otra fuente de financiación
alternativa: fuentes cercanas a su entorno familiar refieren que su
hermana fue con la madre a retirarle la firma que tenía Giménez Arbe en
la cuenta bancaria de aquélla, tras percatarse de la desaparición de una
suma de alrededor de 30.000 euros. De uno u otro modo, terminó viéndose
necesitado, y decidió correr el riesgo de volver a las andadas.
En esencia, repitió la técnica que durante años le había dado tan
buenos resultados. Alteró ligeramente el disfraz (en lugar de la barba y
peluca postizas que usaba antes, recurrió a una perilla, visera y gafas)
y empezó a operar. Pero algo ya no funcionaba como antes. En abril de
2006, en Sarria (Lugo), se enojó por lo escaso del botín y disparó
innecesariamente contra un empleado, al que dejó herido. Lo mismo que haría
un año después en su último golpe, en Toro (Zamora). El antaño frío
criminal perdía los estribos, y también hizo algo que antes había
evitado cuidadosamente: actuar hasta en tres ocasiones en la comunidad en
que residía, Madrid, y contra oficinas bancarias situadas en zona urbana.
En uno de esos atracos, en La Moraleja, en mayo de 2006, la Guardia Civil
localizó en la grabación de una cámara de videovigilancia la imagen de
la furgoneta Renault Kangoo en que se desplazaba. Analizando a fondo la
imagen, se logró acotar el modelo exacto y hasta el año de fabricación.
Inmediatamente se procedió a elaborar la lista de los propietarios de
dicho modelo en cada provincia y a comprobarlos uno por uno. Años atrás,
al hacer el mismo ejercicio con el Suzuki, se había elaborado una lista
de decenas de miles de titulares. Esta vez era más corta. La pista se
confirmó en el atraco de Toro, cuando el Solitario, mientras huía por un
camino, se cruzó con un rebaño de ovejas y tuvo que detenerse, lo que
permitió que un testigo se fijara en la Kangoo y también en él (iba sin
disfraz).
La Guardia Civil de Las Rozas investigó entonces a Giménez Arbe, como
uno de tantos titulares de una furgoneta del modelo identificado. Por lo
que de él se averiguó (su carácter, su historial, sus rasgos físicos)
se le incluyó en la lista de objetivos no descartados, para ulterior
investigación. Como él había todavía bastantes, pero los
investigadores estaban ya cerca: uno de los cruces de bases de datos
pendiente era con la lista de propietarios de vehículos Renault R-4 del
modelo utilizado en el atraco de Zafra, donde también figuraba nuestro
hombre..
Pero paralelamente sucedió algo que iba a precipitar la resolución del
caso: alguien que conocía a Giménez Arbe le comentó a un guardia civil
retirado que sospechaba que pudiera ser el Solitario. El guardia civil se
lo comentó a su vez a un familiar miembro del Cuerpo Nacional de Policía,
y éste se lo hizo saber a los agentes que llevaban la investigación. El
soplo se comprobó rutinariamente, como otros tantos, pero pronto
empezaron a cuadrar los datos del individuo con todos los indicios
reunidos por la Guardia Civil y la Policía a lo largo de tantos meses de
trabajo, y los policías solicitaron la intervención del juzgado al que
le correspondía la instrucción de sumario por el atraco de Canillas (sin
duda el golpe que más les escocía, por la proximidad a sus
instalaciones). Se pincharon teléfonos, se balizó la furgoneta y se
inició el seguimiento del sospechoso.
Un par de semanas después de comentársela a su familiar, el guardia
civil retirado le pasó la misma información a un compañero de cuerpo,
que también la trasladó a quienes en la Guardia Civil se ocupaban del
caso de El Solitario. Éstos iniciaron comprobaciones sobre la persona de
Giménez Arbe, lo que hizo saltar el sistema que dentro del Ministerio del
Interior avisa de que los dos cuerpos policiales están investigando una
misma pista, para convocar la oportuna reunión de coordinación y decidir
quién sigue con el asunto o cómo se articula la colaboración entre
ellos. Como la Policía Nacional había avanzado más en la identificación
y control del sospechoso y disponía de mandatos judiciales para
intervenciones concretas, se acordó que sus agentes llevaran a partir de
ahí el peso de la operación. Era lo lógico, pero la decisión hubo de
producir cierta frustración en los miembros de la Guardia Civil, que habían
empeñado miles de horas de trabajo en la búsqueda de El Solitario y habían
elaborado el grueso de la información de que se disponía sobre sus
acciones.
El resto es ya sobradamente conocido. Tal vez preocupado por el cerco al
que empezaba a estar sometido en España, donde los medios difundían su
imagen una y otra vez, El Solitario planeó actuar en Portugal. Todo
indica que iba a ser el último golpe, y que después se proponía volar a
Brasil para reunirse con su novia y empezar allí una nueva vida con el
botín. Hizo como siempre un viaje de exploración, para reconocer a fondo
el terreno y las rutas de escape, sin sospechar que la baliza instalada en
su vehículo permitía a los policías controlar todos sus movimientos.
Cuando días después volvió a viajar para dar el golpe, la policía española
ya se había coordinado con la Policía Judiciária portuguesa, que montó
una espectacular operación para sorprenderlo in fraganti y neutralizarlo
sin disparar un solo tiro. Cuando Giménez Arbe se disponía a entrar en
el banco, portando su pistola Ithaca bajo el brazo y su subfusil Guide en
el maletín, ocho fornidos agentes saltaron de una furgoneta y lo
redujeron sin darle opción a usar las armas. No cabe duda de que lo
hubiera hecho, como él mismo afirmaría luego. Sus triunfos en anteriores
enfrentamientos armados con los agentes del orden lo habían envalentonado
hasta el punto de creer que podría volver a repetir suerte, y quizá por
eso llevaba semejante armamento, que sólo tenía sentido pensando en esa
eventualidad. Pero esta vez la ventaja de la sorpresa no estaba de su
lado, y sin ella, el temible cazador cayó como un pajarillo en la trampa.
Presenciando la operación estaban media docena de policías españoles y
dos guardias civiles. De acuerdo con la ley portuguesa, por tratarse de un
delito in fraganti, el interrogatorio debía desarrollarse ante la
autoridad judicial en un plazo máximo de veinticuatro horas. Antes de que
el Solitario compareciera ante el juez, que lo envió a la cárcel tras
negarse a responder, los guardias y policías españoles apenas pudieron
mantener con él una conversación informal. Giménez Arbe se jactó en
ella de su habilidad y de lo bien que le había salido todo hasta aquel día;
incluso tuvo un recuerdo nostálgico para el Suzuki quemado tras el doble
asesinato de Castejón, elogiando sus cualidades para la fuga por toda
clase de caminos. Reconoció sin tapujos la autoría de los atracos,
aunque evitó asumir la de la muerte de los dos guardias civiles. Sólo
pareció flaquear un poco cuando le mencionaron a sus hijos y le invitaron
a pensar sobre cómo se sentirían cuando supieran la verdad sobre su
padre.
Así es como el delincuente más buscado de España ha acabado en manos de
la justicia portuguesa, que será la que a partir de ahora marque la pauta
y los tiempos. Los que le han perseguido durante estos años deben esperar
ahora a su extradición, y entre tanto el registro de sus propiedades ha
deparado el hallazgo del arsenal que poseía, en gran medida compuesto por
armas que traía del extranjero o que compraba inutilizadas y restauraba
en su nave de Pinto..
La aparatosa imagen del despliegue de ferretería mortal que poseía Giménez
Arbe, con multitud de armas automáticas y hasta algún fusil de asalto,
pone de manifiesto con qué facilidad puede alguien medianamente
habilidoso y decidido burlar las restricciones a la compra y posesión de
armas de todo tipo, incluidas las de guerra, y plantea serios
interrogantes sobre la tolerancia que existe respecto de las inutilizadas.
Con el mismo utillaje que tan diestramente manejaba para poner a punto su
armamento, el Solitario se fabricaba artesanalmente las placas falsas que
utilizaba en sus acciones. También se ha descubierto que anotaba
minuciosamente en libretas las rutas que seguía y todos los detalles de
sus operaciones. El análisis balístico de las armas intervenidas, ha
confirmado que entre ellas está el subfusil utilizado en el asesinato de
los dos guardias civiles. No serán precisamente pruebas las que falten
para condenarle por sus delitos.Éstos son, a grandes rasgos, los hechos.
A partir de ellos, se impone la reflexión sobre el personaje. Un hombre
conflictivo desde su juventud, agresivo y pendenciero, astuto y metódico
pero sobre todo capaz de actuar sin contemplaciones. Sobrado de amor
propio, y con dotes innegables para el peligroso oficio que eligió, se
creyó invulnerable, pero un día cometió un error y tras el primero,
fatalmente, vinieron otros. A partir de ahí el argumento estaba escrito,
y en su tozudez en el delito no dejó el Solitario de mostrar cierta
ingenuidad. Es muy difícil que un hombre solo pueda salir airoso de tamaño
duelo contra la maquinaria policial de un estado moderno. En algunos su
figura despierta fascinación; a otros hasta les inspira simpatía, por el
desparpajo con el que se ha comportado desde su detención (quizá para
compensar la merma de autoestima que ha debido suponer que le atraparan
disfrazado, con las manos en la masa y sin permitirle reaccionar). Pero al
final todo se resume en un puñado de dinero robado y en tres hombres que
ya no están con sus familias. Se mire cómo se mire, una fea y triste
historia.
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