Siete ciudades en África
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Edición original, septiembre 2013 |
El resumen del editor
Ceuta, Larache, Tetuán, Xauen, Melilla, Nador y Alhucemas. Siete ciudades en África, siete enclaves singulares en la franja noroeste del continente del que todos venimos. Siete urbes asomadas al estrecho y a Europa, al norte con el que siempre fue su interlocutor, en la paz o por la fuerza. Hoy dos de estas ciudades son españolas y las otras cinco marroquíes, pero en todas ellas hay rastros intensos de los oriundos de la península Ibérica, que a lo largo de la Historia alimentaron su censo y trazaron sus calles. Este libro es un viaje a los años en que se produjo la última reunión de las siete, entre la segunda y la tercera década del siglo pasado, con la conquista y pacificación del Protectorado español sobre Marruecos. Es una historia de lucha, pero también de construcción, en la que se cruzan intentos de comprensión y pasiones recíprocas. Es un viaje a espacios que lo son de la memoria común de españoles y marroquíes, a un territorio donde las sangres y los afanes de ambos llevan mezclándose desde siempre. Donde acaso venimos escribiendo, sin saberlo, capítulos de una historia futura en que las fuerzas se sumen, como un día se sumaron para levantar estas ciudades a la vez europeas y africanas.
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Un apunte del autor
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La cal de la crítica...
"Como
las personas, también los países tienen episodios de su
pasado que prefieren no recordar. Bélgica cuenta entre el escaso
número de sus monarcas con uno de los mayores genocidas de la
historia, y buena parte de sus grandes fortunas decimonónicas
crecieron con el fango y la sangre de la colonización del Congo.
En España, durante cuarenta años, tratamos de olvidar o
de pasar de puntillas sobre una parte de la barbarie de la guerra
civil, la cometida por los vencedores. No se ha conseguido finalmente,
aunque buen empeño se puso, y aún se pone, para que
así fuera. Las consecuencias de otra guerra incivil sí
que se han olvidado. El Barranco del Lobo, Annual, Alhucemas son
nombres remotos que ya podemos escuchar, al contrario que nuestros
abuelos, sin temor y temblor, como un capítulo más de la
historia de España, o quizá solo una nota a pie de
página. Una vez se intentó pedir responsabilidades y la
consecuencia fue una dictadura para tratar de tapar, entre otras cosas,
los negocios del rey. Aquel primer dictador, Miguel Primo de Rivera, se
refirió en un discurso, aludiendo a los militares, a los de
"nuestra profesión y casta", expresión que
irritaría especialmente a Unamuno. Y el primero de esa casta,
que se sentía superior y al margen, era en aquellos años
Alfonso XIII. El novelista Lorenzo Silva se ha ocupado más de
una vez del llamado Marruecos español. En Siete ciudades en
África el protagonismo no recae en los dos estados que separa el
estrecho de Gibraltar: "Las fronteras se mueven, las ciudades, en
cambio, permanecen". De las siete ciudades de las que se ocupa el
libro, dos son españolas y las otras cinco marroquíes.
Hasta 1956, todas ellas estaban bajo dominio español en un
peculiar sistema colonial que se llamó "Protectorado". Y
quizá el nombre resultaba más adecuado de lo que pudiera
pensarse. Para proteger, entre otros, el negocio de las minas de hierro
cercanas a Melilla, uno de cuyos principales accionistas parece que era
el propio rey, murieron en aquellas tierras miles y miles de
jóvenes españoles, reclutados a la fuerza entre las
clases más desfavorecidas ("la eterna carne de
cañón" de la que habló Manuel Machado); para eso,
y también para que una parte de la "casta" militar consiguiera
ascensos rápidos por méritos de guerra y a la vez se
enriqueciera con el negocio de los suministros y otras turbias
actividades. La retórica nacionalista, que hablaba de
civilización y barbarie, cegó a muchos, pero no a todos.
Desde el principio hubo quienes vieron claro, aunque sus palabras
sirvieran para poco. Ángel Ganivet, en su Idearium
español, de 1896, fue uno de los pioneros en la denuncia del
colonialismo: "Se parte de Europa con ideas de redención y se
llega a África con ideas de negociante; y al regreso no se
aplaude al que ha trabajado más para mejorar la suerte de la
raza negra, sino al que ha matado más o ha amasado más
crecida fortuna". Sus palabras llegaron a ser proféticas:
"¿Puede darse absurdo mayor que una empresa colonial de
España en África? Más tarde recibiríamos el
pago: un desastre económico, una guerra civil, otro ensayo
republicano, un nuevo ataque a nuestra independencia, cualquiera de
esas cosas y otras peores a elegir". La historia que nos cuenta Lorenzo
Silva no es una historia de buenos y malos. Nunca se muestra
panfletario. Escribe con simpatía hacia un territorio
secularmente disputado y hacia unas gentes, musulmanes, judíos y
cristianos, que en ocasiones, cuando no se entremezclaron las
ambiciones políticas de unos y de otros, lograron convivir en
paz. El método elegido para referirnos esa historia, dando el
protagonismo a las ciudades -Ceuta, Larache, Tetuán,
Xauén, Melilla, Nador, Alhucemas-, hace que algunos
acontecimientos importantes se nos cuenten no de una vez, sino por
partes, como en una apasionante novela de intriga. Una novela en la que
se procura dar voz a todos los protagonistas. La llegada de la
Legión en socorro de Melilla, tras el desastre de Annual, la
vemos primero con los ojos del entonces comandante Franco en su
Historia de una bandera y luego con los de Arturo Barea en La forja de
un rebelde. No, no es panfletario Lorenzo Silva, buen divulgador de
unos hechos que siente muy cercanos, pero sí toma partido. El
epílogo del libro no se ocupa de una ciudad, sino "de un rojizo
promontorio" a medio camino entre Nador y Alhucemas, y es un acta de
acusación. En el verano de 1921 lo defendían unos
trescientos soldados españoles junto a un número
indeterminado de miembros de la Policía Indígena. Todos
fueron exterminados, con su comandante al frente, en un ataque de la
harka de Abd el-Krim. Los cadáveres se pudrieron al sol hasta
que el sargento Francisco Basallo pidió y obtuvo permiso de Abd
el-Krim para enterrarlos; lo hizo junto con una brigada de prisioneros
y lo cuenta en su libro Memorias del cautiverio. Pero cuatro
años después, en vísperas del desembarco de
Alhucemas, se bombardeó aquel promontorio, incluida la loma
donde se había sepultado a sus defensores. Y allí siguen,
casi noventa años después, entre trozos de alambrada y de
correajes, "cientos de diminutas esquirlas de hueso" junto a fragmentos
de esqueleto claramente reconocibles. "Otro país -escribe
Lorenzo Silva- consideraría necesario poner un monolito o algo
en ese lugar donde, con razón o sin ella, dieron todo lo que
tenían varios cientos de españoles y marroquíes".
Pero este país no lo hará, añade: "Ni siquiera
sabe que esos huesos están allí, desmenuzados por los
propios cañones". Las líneas finales abandonan el tono
neutro y objetivo que se ha querido dar al relato: "Ya que no
tendrán ningún reconocimiento oficial, el nieto de uno de
esos jóvenes enviados a África que tuvo la suerte de
sobrevivir, y tener así descendencia que pudiera recordarle,
deja constancia aquí de su sacrificio". Un sacrificio
inútil, como tantos otros, o peor que inútil, muy
provechoso para unos pocos. El nacionalismo español
mostró en Marruecos su cara más codiciosa,
estúpida y cruel. Lorenzo Silva no formula explícitamente
esa conclusión, pero es difícil extraer otra de sus
lúcidas y bien documentadas páginas."
"Un instante de espuma separa a la Península Ibérica de África. La imagen no es propia sino de Luis López Anglada: “De Algeciras a Ceuta -escribe el poeta- apenas cabe un instante de espuma…”. Vista desde el transbordador que cruza el Estrecho -continúa- “África crece al sur, como una mano que se ofrece para cuando la mar se nos acabe”. López Anglada supo bien lo que aquella porción mediterránea del vasto continente africano llegó a significar para tantos españoles. Y lo supo, precisamente, por haber nacido en Ceuta, uno de los dos enclaves urbanos que aún conserva España en la costa sur del Mare Nostrum, en su caso (igual que en el de Melilla) a causa de una vieja herencia con no pocos siglos de historia. Otros españoles, en cambio, sin haber nacido en Ceuta ni en Melilla, vivieron o dejaron su vida en esas y otras ciudades africanas, como Larache, Tetuán, Xauen, Nador o Alhucemas, todas ellas incorporadas a la tutela de España en 1912 y reintegradas a Marruecos en 1956, al concluir el periodo del protectorado hispano-francés. Con las dos anteriores, Ceuta y Melilla, suman siete ciudades africanas que dan motivo para el último libro de otro escritor, éste más actual y de éxito reconocido: el madrileño Lorenzo Silva, uno de cuyos abuelos llegó a participar en la dura y larga guerra o guerras de África (1859-1926) que precedieron al Protectorado y que complicaron sus años iniciales. Cada capítulo de Siete ciudades en África se consagra a una de las ciudades señaladas y repasa sus biografías, abarcando desde los primeros vestigios hasta el tiempo de las últimas hostilidades rebeldes dirigidas contra los asentamientos españoles en Marruecos y concluidas a finales de los años veinte del siglo pasado. Se aportan indicios valiosos sobre la densidad histórica de todas esas urbes, de las que Silva extrae cada vez un atributo esencial: Ceuta, vigía y puente; Larache, milenaria; Tetuán, de rehén a capital… y mucho antes corsaria; Xauen, misteriosa; Nador, soñadora; y Alhucemas, irreductible. Un bello prólogo advierte que aunque el paso de los siglos mueva las fronteras, por el contrario las geografías permanecen, lo que también vale para estos siete enclaves que por un tiempo fueron españoles. Y no es banal recordar, como asimismo hace el autor, que en el transcurso de los dos últimos milenios “ha sido más largo el tiempo en que las tierras del sur europeo y el norte africano estuvieron reunidas bajo un mismo poder que el que pasaron separadas”. El cuándo y el cómo de esas uniones sucesivas (romana, bizantina, visigoda, árabe e hispano-francesa) se van mostrando con unas pocas pinceladas al paso de cada ciudad. Con todo, los tiempos de las guerras libradas por España en Marruecos y los inicios del Protectorado son los que ocupan más páginas y en ellos viene a desembocar cada capítulo. Al fondo de cada uno se encuentra un juicio propio sobre aquella aventura africana, crítico pero matizado. Así, en la parte inicial Silva evoca las distintas posiciones de dos intelectuales españoles como Joaquín Costa y Ángel Ganivet, el primero favorable al proyecto colonial y el segundo opuesto. Si se van recordando los términos de ese debate a lo largo de todo el libro no es difícil concluir que Silva está de parte de Ganivet, en buena medida porque los hechos que siguieron a sus críticas fueron poniéndose de su lado. “Desastre económico”, “ensayo republicano”, “guerra civil”. Todo ello fue vaticinado por Ganivet como posibles secuelas de la empresa africana y todo ello terminó por llegar. Por eso Silva recuerda a Ganivet y trae deliberadamente a las páginas del libro el derroche de vidas que supuso la campaña de Marruecos y el devenir de los jóvenes militares africanistas, quienes tras forjar allí heridas, fuerzas y anhelos, acabaron alentando la insurrección del 36 y abriendo paso a la Guerra Civil. Aunque hemos dicho que esta crítica a la guerra de Marruecos trae matices. Y así es. El autor los concreta en su epílogo, escrito con la memoria puesta en el paisaje de Sidi-Dris, aireado promontorio que hace de barandilla al mar, a media distancia entre Nador y Alhucemas. En este antiguo asentamiento fenicio, en julio de 1921, vendrían a morir trescientos soldados españoles, caídos en combate tras resistir varios asedios dirigidos por el líder rifeño Abd el-Krim. La posición cayó el 22 de julio, el mismo día en que tuvo lugar otra derrota mucho más sonada y amplia, que pasaría a la historia como el Desastre de Annual. 2.500 españoles cayeron en Annual. Algunos de los que allí quedaron vivos serían liberados gracias a una negociación con Abd el Krim, llevada a cabo por varios miembros de la Delegación de Asuntos Indígenas. Por cierto que entre esos funcionarios españoles figuraría el abuelo paterno de quien traza esta reseña, Luis de la Corte Luján, quien dedicó gran parte de su vida al Protectorado cultivando las relaciones de amistad con los líderes locales. Pero muy pocos españoles recuerdan hoy lo que significó Annual y mucho menos lo que también pasó en Sidi-Dris y en otras posiciones españolas de la región más belicosa de Marruecos, arrasadas por esas mismas fechas. Silva recuerda Sidi-Dris para denunciar el olvido generalizado en el que finalmente cayeron estos episodios de nuestra historia. Como el escritor apunta con resignación y un punto de tristeza: otros países honran a sus hijos caídos. El nuestro, en cambio, se resiste a tales rememoraciones. Acaso, añadimos nosotros, porque no guardamos demasiado respeto a lo que fuimos (y, en consecuencia, tampoco a lo que somos). Y tampoco abunda ese respeto entre nuestros escritores. Aunque Lorenzo Silva es una grata excepción. Lo ha demostrado en otras obras y vuelve a hacerlo con este hermoso libro sobre siete ciudades en África. Se lo debemos agradecer especialmente quienes tuvimos la suerte de nacer o descender de alguna de ellas." Luis de la Corte, El Imparcial.
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...y la arena
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