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25 marzo, 2025

Franco, te pido perdón

Antes de nada, quizá convenga decir que el Franco al que me refiero es un nombre de pila, y que el apellido del aludido no es otro que Battiato. Anteayer, de haber seguido viviendo —nos dejó el 18 de mayo de 2021—, habría cumplido ochenta años. Por estos días pienso mucho en él, porque acaba de aparecer una novela, Las fuerzas contrarias, que toma un verso suyo para el título. Y quiere mi mala fortuna, o mi mala cabeza y mi falta de diligencia, que coincidiendo con tan señalado aniversario y tan feliz ocasión deba avergonzarme públicamente de una metedura de pata que tiene que ver con su obra y por la que le pido disculpas, aunque el hecho del que doy cuenta yo mismo lo perciba como rigurosamente imperdonable.

Le debo la revelación, y por ella mi agradecimiento, ya que me permite formular esta debida disculpa pública, a Jesús F. Úbeda, que en un artículo publicado esta semana en la revista Artículo 14 señalaba la confusión de este servidor de ustedes respecto de la autoría de una de las canciones más memorables de Battiato —y más memorables para mí, de aquí lo imperdonable del asunto— en un artículo que publiqué hace trece años. En él atribuía la letra y la música de la canción en cuestión, La cura, nada menos que a Adriano Celentano, cuando, como Úbeda certeramente señala, la letra es del propio Battiato y de Manlio Sgalambro, y la música del cantante y compositor.

Al tener noticia de dicho artículo, pensé que Úbeda se equivocaba respecto del autor del patinazo, porque no recordaba en absoluto haber dicho jamás que la canción fuera de Celentano y no tenía en la cabeza que el conocido tema fuera de nadie más que del propio Battiato. Antes de protestar airadamente por el señalamiento —menos mal— me bastó pinchar en el enlace que facilitaba al efecto para comprobar que en efecto había un artículo que había aparecido con mi firma el 17 de enero de 2012 en el diario La Voz de Cádiz, entre otros. En él reconocía mi estilo, pero me seguía chocando respecto de esa atribución de la canción a alguien que yo no recordaba para mí, de ninguna manera, como su autor.

Tratando de entender el enigma, y al reparar en la fecha, di con una explicación: por aquellos días yo tenía en la cabeza a Battiato y La cura, entre otras cosas, porque andaba trabajando en una novela La marca del meridiano, en la que ambos aparecen e incluso dan título a un capítulo. Entonces pasó lo del naufragio del Costa Concordia, me pareció que para comentar el hecho en un artículo de opinión la letra de la canción me venía al pelo y recurrí a ella para abrirlo.

Antes de poner que la canción era de Battiato, como tenía más o menos asumido, sin tener el dato cierto, debí de hacer una comprobación rápida en la red: en ella, como sucede con tantas otras cosas, hay sitios donde la letra y la música se atribuyen falsamente a Celentano, que en su día la versionó. Debí de caer en uno de ellos y, sin corroborarlo, fui adelante con los faroles. Al despeñadero. Tan atropelladamente que el erróneo fruto de mi indagación ni se grabó en mi memoria.

Cuando digo que la fecha me dio la clave, quiero decir, además, que por aquellos días mi vida era ajetreada hasta extremos dudosamente razonables: vivía a caballo entre Madrid y Barcelona, tomaba veinte aviones al mes —o más—, colaboraba simultáneamente en varios medios —como una media docena—, dirigía un festival y encima trataba de escribir novelas. Eso me hacía trabajar, a veces, más deprisa de lo debido.

Nada de eso justifica la cagada. La moraleja, la enseñanza o lo que de esta historia se desprende, con bochorno inmenso para su protagonista, es que no hay que intentar abarcar más de lo que se puede apretar mínimamente. Los años, aun sin ser consciente de este error en particular, me han llevado a recapacitar: acabé desmontando una de las dos casas, dejé buena parte de esas colaboraciones, cedí el timón del festival e intento centrarme más y mejor en lo que hago.

Por eso lo cuento, por si a alguien le es de utilidad. También para pedirte perdón, Franco, por esta torpeza que es casi una ingratitud. Pido perdón, igualmente, a los lectores de La Voz de Cádiz y del resto de diarios que acogieron en sus páginas mi tropiezo, así como, a los profesionales de todos ellos por empañar con mi negligencia el fruto de su trabajo. Por último, le agradezco a Jesús F. Úbeda, fuera cual fuera su intención al citarme en su texto, que me haya impedido seguir viviendo en la ignorancia de este agravio mío a la verdad y a un gran músico y poeta.

Saber que te equivocaste, en definitiva, es el presupuesto imprescindible para poder rectificar y pedir disculpas. Aunque sea trece años después.

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