Mal que les pese a los administradores actualmente a cargo del consistorio madrileño -ese gobierno de PP y Ciudadanos que contó para su botadura con los votos de Vox, embaucados y en seguida perdidos, según afirman los propios interesados- no es preciso ser votante ni simpatizante de Carmena para deplorar la absurda decisión de inutilizar de facto Madrid Central.
Basta con tener un par de pulmones y una laringe en uso, con mirar la ciudad desde fuera o con tratar de circular por el centro, en transporte público o privado, desde el pasado lunes. La anacrónica medida ha provocado un deterioro tan palpable y fulminante que al ayuntamiento no se le ha ocurrido nada mejor que dejar de dar información puntual sobre el tráfico, o recurrir, en el colmo de la desesperación, a comparativas groseramente viciadas para tratar de esconder lo inocultable: la restricción del acceso a la zona central puesta en marcha por la corporación anterior funcionaba y era efectiva, tanto para la mejora de la movilidad como de la calidad del aire, y revertirla es un destrozo indigno de quienes aspiran a gobernar a los madrileños.
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