Se aproximan largas semanas de precampaña y campaña electoral. Para cuando se acaben y queramos darnos cuenta, ya será casi verano; se nos habrá ido en la refriega el invierno y casi toda la primavera. Son muchos días y muchas horas, y serán muchos los mensajes y muchas las exhortaciones. Dicen que las recibiremos sobre todo por el teléfono -en este punto habría que recordar que hay quien no lo tiene, o lo usa tan sólo para llamar, o lo usa para más cosas pero se resiste a entrar en redes sociales y no ha querido instalarse el WhatsApp- y ya nos amenazan con que serán contundentes e impactantes, por aquello de propiciar su viralidad y mejor zarandear al destinatario.
No pinta demasiado bien: la contundencia y el impacto, en los últimos tiempos, vienen a asociarse casi irremediablemente a la exageración, la simplificación o la pura y simple falacia. Por eso, es posible que estas líneas, y el propósito que las anima, sean inútiles, pero aun así quien las firma se resiste a dejar de perpetrarlas. Lo que desde esta insignificante tribuna quisiera pedir, a precandidatos, candidatos y acompañantes, es que no nos inflijan lo que vienen infligiéndonos en exceso desde hace varios años ya. Que antes de salir ahí a pedir el voto, antes de diseñar con sus gurús y sus consultores vídeos, memes y demás artillería electoral, se preocupen, así sea por un instante, de eso de lo que tanto se han estado olvidando: la verosimilitud.
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¡ Bravo!!!