La verdad entera de lo acaecido sólo la conocen quienes lo viven en primera persona. Al menos, durante un lapso fugaz, el que media entre el hecho y su conversión en recuerdo, operación en la que es común retorcer lo acontecido en la máxima medida posible para la propia conveniencia, aunque también se conocen casos de quienes desfiguran y subrayan con el afán de lacerarse tanto como puedan, porque esa es su personal inclinación.
Sólo esta mujer y este hombre, en tanto ocurrían los hechos que lo precipitaron todo, conocen hasta dónde se llegó o se dejó de llegar. Si en efecto hubos maltrato, vejación, violencia moral o física -que no dejó en todo caso secuelas que pudiera certificar un forense-. Convertido para ambos el incidente en memoria, que uno y otro gestionan con intereses contrapuestos, al mediar entre ellos la disputa por los derechos sobre una prole, a quienes vienen después y desde fuera sólo les queda atender a los indicios y tratar de interpretarlos. Una maniobra siempre insegura que para algunos es un pasatiempo -dichosos ellos- y para otros, pocos, una obligación profesional -lo que tiene aparejada la indeseable responsabilidad correspondiente-. Y no existe, salvo para los arrebatados por una convicción binaria, un modo simple de solventar la papeleta, una solución mágica que zanje el nudo gordiano sin que queden dudas o incomodidad.
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Eres capaz de decir lo que otros opinamos: que tiene que asumir que aunque se llame Juana y, su historia haya dado para muchas horas de televisión, debes cumplir la ley y su incumplimiento tiene consecuencias .
Las que ella deberia exigir a las personas que la han asesorado legalmente.
Igual si se hubiera ido a Bélgica .