Era un bello proyecto. Era, también, un proyecto inteligente y cuidado al detalle, con exquisita profesionalidad y sentido de la excelencia. Era, en fin, un proyecto necesario, para colmar un vacío ostensible y creciente, que nadie más se proponía llenar. Era, digo, porque ya no es: después de varios años intentando sobrevivir, sus impulsores se ven forzados a echar el cierre.
Era una editorial: un proyecto casi insensato para emprenderlo aquí, en el paraíso de la piratería o el infierno de los derechos de autor, como prefiera ponerlo cada cual. Tenía la vocación de realizar una labor seria y rigurosa de promoción en el exterior de la cultura española -en este caso de la literatura española más reciente-, desde el único país conocido donde hay ministros que se jactan de no interesarse en absoluto por las manifestaciones de la creatividad patria, y que tiene una política cultural coherente con esa actitud, especialmente indigente en lo que a su proyección internacional se refiere. Es posible que algo contribuya a tal incuria que el ministro español indiferente a la cultura española sea el titular de la cartera de Hacienda.
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Una pena.