Blog

27 agosto, 2022

Kabul 27-8-21

La soledad de la primera línea. (Foto: L.S.)

Hoy se cumple un año. Hace doce meses justos que los últimos militares españoles abandonaron Afganistán, a bordo del último avión que despegó del aeropuerto de Kabul. Durante varios días hicieron lo imposible por sacar a todos los afganos que pudieron, entre los muchos que querían abandonar su país y los que en su día habían colaborado con España. Fue una misión ingrata y peligrosa. Pocas horas antes de que despegara el último avión español, un atentado acababa con la vida de cientos de afganos y una docena larga de marines estadounidenses.

Un año después, los afganos y sobre todo las afganas que quedaron atrás están abandonados a su suerte, que es la muy estrecha y áspera que les deparan los designios del emirato talibán. Casi dos décadas de esfuerzos que desembocaron en nada. Una guerra finalmente perdida. Una lección para los países occidentales que apenas se ha enunciado y analizado: lo que se trata de instaurar por la fuerza de las armas se derriba fácilmente con ellas, si los cimientos de la obra no están bien puestos, la visión a largo plazo y la inteligencia estratégica brillan por su ausencia y todo se fía a cálculos tácticos a corto plazo que sólo sirven para mantener posiciones precarias.

El episodio sirve de amargo epílogo a Nadie por delante. Es un libro de ficción, pero está escrito a partir de las voces de los soldados. Esos que están en la soledad de la primera línea, recogiendo las vivas y terribles impresiones de una guerra que en muchos casos su país ignora, porque los tiros y las explosiones que resuenan lejos cuesta sentirlos como propios, aunque en ellos estemos empeñados, como desde 2001 a 2021 lo estuvimos en Afganistán.

Me ha parecido que hoy es el día de poner aquí un fragmento de ese epílogo. Sirva como homenaje a quienes allí se la jugaron, como elegía a quienes cayeron, como recordatorio de que allí siguen millones de personas, en la miseria y a merced de una teocracia despótica.

Pocas horas después, al filo de la medianoche afgana, se despiden de Kabul. Han reducido al mínimo lo que se llevan, porque el avión va al límite de peso. Las dos Amarok de la UME se quedan allí, en la pista convertida en un espacio irreal y terminal. Ya no se recoge la basura, no hay agua, escasea la comida y los estadounidenses se apresuran a inutilizar todo lo que no pueden cargar en sus aviones: vehículos, helicópteros, los aviones de combate que suministraron a los afganos. Veinte años de guerra se saldan con esa retirada que es cualquier cosa menos airosa, que sólo puede desmoralizar al Goliat occidental y darle una inyección de euforia al David islamista, y con él a todos los que aspiran a menoscabar el poderío de los Estados Unidos y de sus socios.

En medio, abandonados otra vez, quedan los civiles afganos: esos hombres, esas mujeres y esos niños que un día confiaron en que los extranjeros venían a sacarlos de la miseria y el atraso y para los que no ha habido espacio en los aviones. Quieren los hombres que miran Kabul por última vez creer que sus esfuerzos de todos estos años no han sido enteramente baldíos: que algo de lo que se intentó construir desafiará la inflexible visión del mundo de los muyahidines victoriosos desde el alma de ese pueblo joven, que no es el mismo sobre el que antaño gobernaron. Sería mucho decir que el deseo llega a alcanzar las proporciones de una esperanza.

Un año después, la esperanza lo tiene aún más difícil.

Actualidad
About Lorenzo Silva

Deja una Respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *